lunes, 8 de febrero de 2010

Historias de escritores / 4




Memorables fueron las fiestas que la escritora Yazmine Froggaut celebraba en su piso de la Rue du Four, imponente propiedad que ocupaba toda la última planta del edificio Bonnard. La autora parisina se jactaba de ser la única escritora capaz de reunir en una sola noche, y en un mismo sitio, a toda la crème de la crème de la literatura de la Ciudad Luz. El evento era preparado con una antelación de dos meses, y aunque no se les permitía el acceso, siempre se colaba algún periodista cultural que terminaba transformándose en un mero cronista del corazón. Los camareros acababan la jornada exhaustos de tanto servir champán, vodka y Dry Martini. Las cocineras no paraban de preparar bocados de salmón durante toda la noche. Las habitaciones y demás recovecos eran invadidos por escritores que querían drogarse sin ser vistos, o bien entablar interludios carnales a escondidas, influidos –evidentemente– por los efectos del alcohol y de los narcóticos. Ciertas voces sostenían que Froggaut organizaba esas fiestas sólo como mera herramienta de inspiración: al día siguiente, el vacío que le generaba la visión de la sala destrozada y sin gente, el champán por el suelo, el retrete vomitado, las copas rotas, los trozos de salmón pegados al techo (en definitiva, según Froggaut, “todo aquello que alguna vez fue y dejó de ser”), eran el motor que la impulsaba a crear con una fruición irrefrenable, al punto de escribirse una novela de cuatrocientas páginas en sólo tres días. Se cree que así nacieron sus mayores éxitos. Conscientes de ello, era menester que los invitados impostaran sus actitudes frente a Froggaut, con el anhelo de convertirse al día siguiente en algún personaje de su futura novela (una pequeña mirada, un simple gesto, puede ser caldo de cultivo para miles de páginas). Estos autores pensaban que de esa manera conseguirían aumentar su popularidad, o bien gestarla si aún no la tenían. Pero Froggaut afirmaba ser una escritora lo suficientemente madura como para no ser influenciada por tales superficialidades. Prueba de ello fueron sus obras Caviar en mi escote, La espuma se derramó en tu copa o El mundo es un palillo pinchado en una oliva y un canapé. Obras que, si bien eran de dudosa calidad literaria, solían ser citadas con frecuencia en las tertulias del mundillo literario parisino, ya que suponía un signo de alta cultura hablar bien de ellos.

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