lunes, 8 de febrero de 2010

Historias de escritores / 2




João Barba fue conocido en el estado de Pará como el escritor insomne, no por ser incansable a la hora de escribir sino porque, simplemente, no podía dormir. Sean poemas, cuentos o novelas, todas sus obras tocaban el tema del insomnio. Esta patología se había transformado en una obsesión, nada de lo que creaba podía escapar a la premisa de hablar del tema. Al principio sus seguidores aceptaban esta característica, pero poco a poco se empezaron a cansar y poco a poco dejaban de ser seguidores. Ciertos terapeutas, no sin cinismo, recetaban lecturas de Barba a sus pacientes desvelados, con el fin de que conciliaran el sueño, tratamiento con el que habían conseguido resultados excelentes. Sin embargo, João Barba nunca dejó de escribir sobre lo mismo. Se supone que su objetivo era utilizar al acto de la escritura con la única meta de alcanzar, alguna vez en su vida, la bendita tierra de Morfeo. Pastillas, tratamientos, masajes, de todo probó Barba pero nada le daba resultado. Él seguía tenaz con su máquina de escribir y sus papeles, noche tras noche, y de esa manera creó obras como Las ojeras de tu alma, Cien ovejas, La almohada en la cabeza o ZZZ. El padecimiento aumentó. Las manos le temblaban cada vez con más fuerza, los ojos le lagrimeaban, y fue por eso que sus manuscritos se tornaban cada vez más ilegibles. Las erratas tipográficas eran abundantes. Las tachaduras, copiosas. Para su editor era cada vez más difícil traducir su enrevesada e incorrecta prosa. A medida que las consecuencias del insomnio crecían, su carrera decaía. Por eso, como era de esperarse, João Barba acabó siendo presa del alcohol. Pasó lo de siempre: una desgracia trajo otra desgracia. Al cabo de un tiempo le embargaron la casa y fue abandonado por su familia. El día en que su esposa pegó el portazo de despedida, Barba sintió que ya no tenía sentido seguir escribiendo. Ése fue el hecho que lo motivó a abandonar definitivamente la literatura. De inmediato tiró a la basura su máquina de escribir y quemó sus papeles. Derrumbado, se sentó en el sofá orejero del salón y se hundió lentamente en la goma espuma. Miró su estantería llena de libros mientras la noche caía por la ventana. Escuchó el silencio de su casa, bajó los hombros, abrió las manos, se hundió más en la goma espuma. Y lenta, muy lentamente, esa noche de febrero de 1954 sus párpados rojos por fin se entornaron.

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