viernes, 28 de enero de 2011

BCN Flâneur / 9



López Catalán es quizás la calle menos conocida de Barcelona. Muchas cosas no tiene y muchas otras sí. No tiene salida. No tiene tiendas. No tiene aceras. Ni siquiera un cartel que indique que se llama López Catalán. Pero muchas otras cosas sí tiene: tiene sesenta metros de longitud, un cartel en la entrada que indica que es contradirección, el pavimento levantado y sólo un edificio con sólo un balcón. Allí, en ese único balcón de ese único edificio, Joaquín Flores Ribera se bebe una manzanilla aguachenta mientras balancea la pierna izquierda sobre la derecha. Estira el cuello Joaquín, mira el asfalto desde esos veinte metros de altura –gris el asfalto– y cree que es hierba eso verde que brota entre las grietas. Por la entrada a la calle divisa, lejanas, unas formas blanquecinas. Se incorpora con la misma velocidad que las rajaduras ramificándose en la pared. Unos huesos crujen. Entra en la habitación ya vacía, sólo queda la cama, el colchón y un olor a amoníaco. Se gira hacia la cocina, abre la nevera desenchufada. El frío de la superficie le devuelve aquel punzante dolor en los dedos. Un guiso de arroz de quién sabe cuándo, medio limón seco, una caja de vino, dos huevos. Un solo edificio. Se dirige al salón, el suelo de azulejos está igual de levantado que el asfalto allí fuera. Camina por encima y suena como xilofón. Reclina la espalda sobre la pared descascarada e intenta recordar. Frente a sí tiene veinte metros cuadrados para recordar. Pero ahora Joaquín sólo es capaz de recordar de la misma manera que se estruja un paño viejo. El paño está seco, se deshilacha. Un solo edificio, un solo piso habitado. Joaquín Flores Ribera deja caer sus caderas enclenques contra la única silla de la casa. Ya sin pensar, ya sin estrujar. En la nevera, mientras, el musgo se entromete entre los granos de arroz. Bajo la cáscara de uno de los huevos, un par de enzimas devoran la yema. El amoníaco penetra los poros del suelo de la habitación. La rajadura del balcón se extiende medio milímetro. Y allí fuera, sobre las grietas verdosas de López Catalán –la calle menos conocida de Barcelona– dos hombres de blanco golpean la puerta de entrada. No importa ya lo que tenga o no López Catalán, porque pronto no quedará cama, colchón ni amoníaco. No quedará Joaquín, musgo ni paño estrujado. Ni una grieta, ni el recuerdo, ni siquiera estas letras apáticas, ni nadie que siga contando esta historia sin salida.

    

domingo, 16 de enero de 2011

BCN Flâneur / 7



Bogatell amanece con una garúa cosquilleante, de esas con gotitas que se te meten tras la oreja. Ahora lo sé: no hay en otros sitios garúas así. El mar arruga las rocas y despeina los caminos de arena falsa que conducen a algún tobogán curvo, de los que me gustan, o a esas sogas enlazadas para trepar que me dan tanto vértigo. Me paso la lengua por los labios y trago sal. Zamarreo de la chaqueta a mamá, pero no me habla. Ella se limita a mirarme. Se agacha, me besa. Me mira con sus ojos marmolados, sus párpados tiemblan al ritmo de las olas rabiosas. El viento filoso mueve sus rizos y la veo aún más hermosa. Insiste el viento, levanta la bufanda con elefantitos que me cubre la boca, y yo la sujeto para que no se me escape. Pero el viento me la arranca del cuello. Y a mamá también se la lleva. Estiro mis bracitos, me esfuerzo en llorar, pero sólo me cae garúa de los ojos. Me levanto las solapas de la chaqueta y corro a por un taxi. Creo que iré espaciando estas visitas. Cada vez me cuesta más quitar la sal de estos labios, la humedad tras las orejas.

    

miércoles, 12 de enero de 2011

BCN Flâneur / 6



–De hecho, ahora mismo, en este preciso momento, cientos de litros de semen están siendo derramados gracias a mí.
Y largó una risita estudiada antes de tomarse el campari. Jeannette, o mejor dicho Esther –como me acababa de confesar– lo dijo con la despreocupación de un banquero que sella talonarios. Suspiré y le miré las tetas, tan a la intemperie en pleno diciembre.
–¿Me llevas a comer antes?– propuso. Tardé unos segundos en decirle que sí.
Me cogió del brazo y atravesamos la calle Espaseria. Parecía ser ella la que establecía el camino. La cena no estaba incluida. Me puse firme:
–Espera, giremos por la Rambla del Borne.
Aunque iba cubierta hasta los pies con el tapado de armiño sintético, todos sin excepción se giraban para ver su exhuberancia. Debería haberle pedido más discreción.
Después del rodeo absurdo fuimos al restaurante que ella quería, Caputxes. Se pidió un plato de mariscos de cincuenta euros que ni siquiera tocó. Al menos le dio un par de sorbos al Protos.
–Bueno, ¿vamos?
Pero yo no quería dejar el Borne aún. La invité a un trago en Borneo, en la otra punta del barrio.
–Veo que te gusta caminar, papi.
Nos sentamos frente a la ventana. Ella se quitó el tapado y volvió a exponer sus tetazas a la concurrencia. Me crispé levemente. Se pidió otro campari. Yo un Jameson’s.
–Bueno, como te estaba contando… porque seguramente estás esperando mis anécdotas… mi record son trece tíos. En una misma cama, trece, sí. ¿Que te extraña? Me habrás visto, seguramente. Fue duro sí, pero cobré buena pasta. Lo más jodido es la sequedad, te tienes que poner una de esas cremitas hidratantes en el coño cada media hora. ¿Qué te sorprendes? ¿Te imaginas que te estén dando por cada agujero sin pausa durante seis horas? Ese director era un cabrón, Jeff se hacía llamar y era de Cádiz, quería que lo rodáramos todo en una tarde. Encima, seguramente lo sabes, antes de una escena así debes vivir a agua durante días, apenas comer fruta, ¿cómo piensas que te pueden dar por culo así de fácil, entonces? Y corten, y la cremita, y los tíos que aguantan la eyaculación para la siguiente toma, y otra toma. Pero lo peor de todo son las lámparas del plató, todo el día frente a esos focos te dejan la piel hecha polvo. Mira, mira que cuarteado tengo entre teta y teta.
 Le pedí que no hiciera lo que estaba por hacer y volvió a reír como antes. De repente me di cuenta de que las últimas palabras las escuché, sí, pero difuminadas entre medio de palabras ahuecadas que rebotaban como en el corredor de un castillo gótico.
–Bueno, cuenta tú algo, que aparte de follar puedo escuchar también. –Otra vez la risita–. ¿Así que recibiste buena pasta del finiquito?
Iba a responder que sí, que sesenta mil euros, que había pensado en hacer un viaje de esos que duran seis meses, pero que cuando me di cuenta de que a los tres días estaría de vuelta desistí, que hace mucho tiempo que me masturbo viendo su página, que su coño es demasiado falso, que en internet son todos iguales los coños, tan falsamente depilados, cuántas en este bar tienen el coño depilado, quizás la camarera solamente, que no tengo dónde ir más que encerrarme en casa, que no he cambiado las sábanas para esta noche, que mi habitación huele a encierro, que he pedido prestada esta chaqueta a un amigo, que hace diez años que no follo y no sé si funciono con mujeres de carne y hueso, que la próstata ya me da igual…
En ese momento fui consciente de que le estaba acariciando la mano. Sin hablar, sin mirarla siquiera. En realidad ardía en deseos de abrazarla y olerle el perfume que desprendía su cuello. Ella me dejaba hacer mientras mandaba mensajes por el móvil con la otra mano. No llegué a responder su pregunta.
–¿Bueno, quieres dar otra vuelta o vamos a lo que vamos? –Noté cierto tono de fastidio en su voz.
–¿Te molesta si damos otra vuelta?
–Tu mandas, papi. Es tu noche ¿no?
En calle Picasso me aferre a su mano y acerqué mi nariz a su cuello. De repente, sin esperarlo, sentí una emoción tan adolescente que no pude contener las ganas de llorar. Me moría por abrazarla, el contacto con la piel femenina fue más fuerte de lo que pensaba.
Sólo abrazarla.
Ella dio un paso hacia atrás y me dio un empujón con asco. Me cogió del brazo y me llevó hasta calle Princesa, seguramente para coger un taxi y completar el trato en mi casa.
El taxi llegó de inmediato, como en las películas. Faltaba que cayera una garúa y era todavía más película. Antes de que subiera al taxi le bloqueé la entrada con el brazo derecho. Saqué la cartera y le di cien euros más.
–Vete.
Me subí al taxi yo solo y le indiqué la dirección de casa al chofer. Antes de que cogiera Vía Laietana me resistí a echarle un último vistazo. Tenía conmigo el aroma de su cuello. Cuando llegué a a casa lo primero que hice fue encender el ordenador. Me masturbé  mirando sus tetas sobre las sábanas que no había llegado a cambiar.

sábado, 8 de enero de 2011

BCN Flâneur / 5




       Todas las tardes, en Plaça d’Osca, te espero. Todas sin saltar ninguna, en nuestra banca. Festivos, lluviosos, cuando la Festa Major, cuando Sant Joan. Mi camisa de raso, mis zapatos Barrett, mi lazo de esmoquin, mi sombrero Fedora.
       Nuestra banca.
       Pero hoy los huesos me escuecen. Hoy a los pies de la cama, te espero.