sábado, 30 de octubre de 2010

  


Graham Green dijo:
Escribir es una forma de terapia. A veces me pregunto cómo hacen los que no escriben, no componen o pintan para escapar de la locura, la melancolía y el miedo inherentes a la condición humana.


David Lodge reflexionó, años después: 
La realidad es que la mayoría de las personas sobreviven sin ser artistas, así que quizá los artistas sean inevitablemente neuróticos o maníaco depresivos (hay suficientes evidencias para sostener algo así) que tienen el privilegio de convertir una experiencia negativa, como quedarse sordo, en algo positivo, una obra de arte que puede proporcionar placer a otros semejantes y aumentar su autoestima. Eso si la obra triunfa, porque si fracasa sólo servirá para empeorar la situación inicial del autor.

    

domingo, 3 de octubre de 2010

Uno, el universo y los premios



De casualidad, hace unos días di con un diario de 2008 que anunciaba “La SGAE propone a Delibes, Ayala y Sabato como candidatos al Nobel de Literatura de este año”. La justicia no ha caído sobre los dos primeros, recientemente fallecidos. El tercero, casi centenario, espera una reparación histórica de no morir formando parte de esa lúgubre categoría llamada “eterno candidato al Nobel”.



Y así pasan los años, y los Philip Roth, los Vargas Llosa, los Amoz Oz o los Carlos Fuentes continúan en la sala de espera del consultorio, mascando chicle, hojeando revistas del corazón como Qué Leer, Granta, Vuelta o The New Yorker Review, y fumando y fumando (en esta sala de espera sí te permiten fumar, hasta que mueras incluso).

Algunos por su grandeza, otros por sus años remando, y otros por ocurrencias del mercado. Ellos esperan que canten el último número que les permita gritar cartón lleno antes de que la palmen. Si nos aventuramos a un análisis de los antecedentes de la última década, me atrevo a decir que en 2010 tenemos dos alternativas: o estadounidense hombre o mujer de país exótico (entendiendo como exótico a toda aquella cultura que vemos en documentales). Ésa es mi porra para este año.

Un premio es eso. Doce o quince o veinte tipos te leen, te hojean más bien, dicen qué grande eres, y esa opinión se polariza al resto de los mortales al elegirte. Entonces pasas a ser el mejor para todo individuo que está más allá de tu piel. O al menos eso te crees tú.

Un premio te hace inflar el pecho, te allana el camino, te hace ver con altivez a los que no ganaron nada. De inmediato encargas estampar tus iniciales en la alfombrilla de la entrada a tu casa. Ya no hace falta decir quién eres en reuniones sociales, porque todos ya saben quién eres. Ahora tus opiniones reciben una mejor consideración por parte de los grupos que frecuentas, tanto si crees que el transrealismo es la única alternativa poética que queda como si afirmar que Pujol le cometió penalti a Sergio Ramos.

¿Qué le importa todo eso a un tipo de cien años? De hecho, estoy casi seguro de que a Delibes o a Ayala les hubiese fastidiado enormemente redactar un discurso de agradecimiento. Amén de, por supuesto, viajar a Estocolmo en pleno diciembre.

En más de una ocasión, Sabato confesó que no se considera un escritor profesional. “Detesto la literatura y los literatos”, suele repetir. Don Ernesto no es más que un científico que escribió tres novelas descomunales y varios ensayos. Me lo imagino el próximo jueves –cuando se anuncie al ganador del Nobel de Literatura de este año–, sentado en su mecedora, en su casita de Santos Lugares, disfrutando de uno de esos amaneceres nublados de la primavera porteña, tomándose unos buenos mates. Importándole un pito lo que se decida a veinte mil kilómetros de ahí.

Por eso espero que no te lo den, Ernesto. Me fastidiaría un huevo anteponer la fórmula “el Nobel” a tu apellido, como con Saramago, Cela o Xingjian. ¿Que te pongan en el mapa a los cien años? Hay muchos otros escritores por ahí esperando su reparación histórica. Que los elijan a ellos. 

  

viernes, 1 de octubre de 2010

¡ATENCIÓN!
Aún sigo regalando mis libros...





Perdón por avisar tarde. Pero si esta f****ng gripe me lo permite, mañana seguiré desprendiéndome de mis preciados libros. Todavía queda materia, pero como aún no sé dónde plantarme, si te encuentras paseando por estos dos lugares que ahora detallaré, estaré ávido de darte un ejemplar a cambio de tus palabras.

Dependiendo de mi estado de ánimo, quizás me siente en una banca de la Plaça Revolució del barrio de Gràcia, o bien en una banca a la mitad de la Rambla del Raval. Dos sitios muy desparejos, lo sé, que responden a mi camaleónico estado actual.

Para quienes me lo han preguntado, lo sucedido en Plaça Virreina la semana pasada fue realmente curioso. He recogido testimonios de todo tipo, algunos fueron un certero cross a la mandíbula, otros derrocharon sinceridad, otros me dibujaron una sonrisa, y otros algo cohibidos por el hecho de ofrecer una anécdota original in situ. Y, también, he recogido más de una mirada aviesa. Quienes miraban y seguían de largo habrán pensado que escondía algo oculto, que en realidad era un vendedor de Biblias (de hecho, a una lectora le regalé La Biblia del Oso), o que era un despreciable yonki con piel de lector. Puede que sea un poco de todo.

Pronto empezaré a colgar los testimonios grabados. Si alguien se ofende por haber publicado su voz, acepto y entiendo cualquier tipo de reclamo: o quito tu testimonio del aire o deformo la voz digitalmente. Pero espero que eso no pase.

Gracias y (quizás) nos vemos mañana.
Atchís.

Sin(an)estesia



Hoy me como los colores, me dejo hechizar por el olor del do menor, siento las ásperas caricias del sabor de un limón maduro.