miércoles, 31 de marzo de 2010

Vida paradoja / 4




compré una funda nueva para cubrir la tabla de planchar para no manchar la tela blanca para plancharme la camisa para estar elegante para acudir con absoluta pulcritud a la entrevista para que me fichen en aquel trabajo que tanto deseo para mejorar mis actuales condiciones laborales para ganar más dinero para ahorrar para cambiar el coche para comprarme otra camisa blanca para sentirme mejor conmigo mismo para ganar seguridad para mirarme al espejo sin sentir culpa para levantar el mentón al caminar por la calle para flirtear con las chicas sin titubear para invitar a que suba en mi flamante coche la más rubia y más tetuda que encuentre para enamorarla con mi nueva sensación de seguridad para tener sexo todos los días y después día por medio para que me dé un hijo ojalá varón para criar y moldear al crío a mi imagen y semejanza para que me diga qué buen padre soy para que estudie medicina en la mejor universidad para que mi esposa con el pelo más blanco que rubio me planche las camisas blancas para que cuando me las ponga parezca más joven a pesar del tiempo para que mi hijo no sienta remordimientos por verme envejecer para que mi esposa siga interesada en mí aunque yo me empiece a interesar en una nueva generación de rubias y tetudas para sentirme más joven a pesar de que ande con bastón para que mi hijo médico me cuide como él sabe a pesar de ese bastón y estos achaques para aguantar unos meses de vida más para ser enterrado junto a mi esposa y recordarla planchando camisas blancas para dar mi último suspiro con elegancia para estar pulcramente vestido de blanco en esta caja de madera en la que me han metido y que están a punto de tapar

jueves, 25 de marzo de 2010

Vida paradoja / 3

"Toda la vida me esfuerzo en pos de la aceptación. Querer ser aceptado es mi meta intrínseca. El resto de metas que establezco son absolutamente superfluas, estúpidamente absurdas. Todas esas metas menores están supeditadas al deseo de recibir el beneplácito ajeno.

Quiero trascender, ser recordado, alabado, congratulado.

Cuando abandono un sitio para siempre, quiero que todos se despidan de mí con un abrazo y una fuerte palmada en la espalda.

Cuando muera quiero que todo el mundo me llore, que todo el mundo vaya a mi entierro. Y cuando digo "todo el mundo" lo digo de manera literal.

Quiero que mi impronta perdure eternamente en esta tierra mojada llamada tiempo.

Sin embargo soy humo. Yo, usted y el resto de individuos con quien compartimos este universo, todos seremos horriblemente olvidados. Mis actos, mis objetivos, mis sueños e intentos serán niebla disipada por el viento. Tantos latidos, tanto sudor y tan poco que le cuesta al tiempo borrarnos de un soplido.

Seremos olvidados para siempre, así como yo acabaré olvidando para siempre a todo a quien conozca o haya conocido. Padre, madre, hermanos, pareja, amigos. Todos serán eliminados por esta niebla, que en realidad es una tinta transparente que embadurna los recuerdos a gordas pinceladas, hasta hacerlos completamente invisibles. Como si no hubiesen existido.

¿Cuántas personas han pisado esta tierra? ¿Cuántas conciencias han volcado sus deseos, sus lágrimas, sus risas sobre este planeta? Una cantidad descomunal, infinita casi. ¿Y qué porcentaje de ese inmenso número de almas hoy sigue siendo recordado por nuestros contemporáneos? ¿Cuántos trascienden? ¿Un uno, un dos porciento? Y de esa ínfima cantidad de seres pretéritos que trasciende, ¿cuántos han existido realmente? ¿cuántos son sólo mito, mera literatura del tiempo? ¿Existieron Aristóteles, Copérnico o Herodes? ¿Será usted recordado por alguien dentro de cien años?"

El funcionario levantó la vista de la carta con expresión avinagrada. Se me quedó mirando durante un rato sin sabe qué decir. Volvió los ojos al resto de documentos que le había presentado. Volvió a mirarme. La gente en la cola resoplaba. Dos horas después no podía despegar los ojos de aquella firma que me autorizaba a permanecer cinco años más en el país. En la espuma del cortado aún veía la mirada de aquel hombre calvo y de camisa gastada que me había extendido el papel. Mirada achinada, trémula, como diluida, de viernes al mediodía.

martes, 23 de marzo de 2010

Vida paradoja / 2

Escribo desde el futuro. Me he inmiscuido en el blog de mi "yo" a mis 31 años porque estoy horriblemente aburrido. A decir verdad, lo que experimento es una aguda sensación de soledad. Me fallan varias cosas, sí, la vesícula, las rodillas, las tiroides, pero no por suerte la memoria, que me ayudó a recordar la contraseña para acceder a esta bitácora. Escribo desde la distancia temporal hacia el pasado, hacia mi pasado, porque tengo ganas de matar la abulia leyendo los comentarios de incredulidad, sorpresa, rareza o indiferencia que puedan llegar a poner los lectores de este blog. Aunque no recuerdo si entraban muchas personas para dejar su comentario. Creo que no, siempre he sido un desastre respecto a las amistades.

Hoy digo la palabra blog con la extrañeza de quien echa de menos lo ajeno, aquello que nunca tuvo.

Aunque tengo otra razón para trastocar el tiempo de esta manera. Quiero volver a experimentar esa sensación de debate que tanto escasea hoy día. Recuerdo aquellas pretéritas charlas en bares acompañadas de copas y copas de vino, o los intercambios de ideas en recintos en los que flotaba un ubicuo humo sobre las cabezas. Hoy eso sólo se ve en viejas capturas digitales, ya que el Evaisthitopoíisis lo ha anulado todo. Pero no quiero hablar de esto ahora, sería excesivamente largo de contar. Y no sé si lo entenderían.

Volviendo al tema, el hecho de inmiscuirme en este espacio de juventud tiene una tercera finalidad: la de motivar la reacción de mi yo-joven cuando lea el texto que transcribiré a continuación. Es de mi autoría, y fue escrito en el año 2012:

"Las casualidades son esos momentos algidos donde la ficción y la realidad se mesclan para hacernos creer que vivimos en un mundo guionado… Qué imbéciles. Si los cuervos rebolotean sobre nuestros cueros cabelludos, cómo vamos a imaginar que de vez en cuando esos presisos momentos fueron hechos para confundirnos"


Qué estúpido. Ésa era la época en la que buscaba hacerme el críptico y lo cuestionaba todo. Había renunciado a la ortografía y abusaba adrede de los gerundios. Después vino mi época de aforismos, quizás la más luctuosa de mi vida... Pero en fin... Lo único seguro de todo esto, es que ese "yo-joven" cuando lea estas palabras, se empecinará en buscar cualquier explicación que encaje dentro de sus parámetros lógicos, de sus paradigmas (como por ejemplo "que algún amigo descifró mi contraseña", "que me entró un virus", "que me entró un hacker", "que fui yo mismo el que escribió esto, pero borracho", etc.), todo para intentar entender estas palabras que su obcecado y limitado entendimiento no le permite comprender. En vez de pensar y aceptar alguna posibilidad realmente nueva. Diferente. De otra dimensión.

Todo esto puede parecer el desvarío de un viejo solitario. Sí, jóvenes, sí lo es. En el futuro, los viejos todavía seguimos desvariando.

viernes, 19 de marzo de 2010

Vida paradoja / 1



Hace algunos años, después de volver de un inmenso, increíble viaje a la India, colgué en YouTube este vídeo, en el que intenté plasmar las habilidades músico-zoológicas de este singular y encantador encantador de serpientes. Recuerdo que, a cambio, le di un par de rupias. Aclaro que no me gustan en absoluto las limosnas ni la mendicidad, considero que sólo propician a que al día siguiente el mendigo vuelva a poner la palma de su mano hacia arriba. Este encantador se estaba ganando el pan honradamente, y de hecho se estaba jugando la vida para ello. Por eso prefiero llamarlo "propina" más que limosna. La propina que le dejé, sin embargo, –y esto lo confieso con un poco de culpa– no superaba la friolera de veinte céntimos de euro. Sí, veinte frioleros y vergonzosos céntimos.

Hace algunos días, la gente de YouTube me envió un e-mail para comunicarme que este vídeo hoy es uno de los más populares en su categoría, y por eso me sugieren que, si me apunto a su sistema publicitario, podría hacer dinero con él gracias a los anuncios que aparecen durante el visionado. De esa forma obtendría unos cuarenta céntimos por semana. Sería una especie de propina o limosna, para que los anunciantes de YouTube se enriquezcan a costa mía. Sin hacer nada. Sin jugarme la vida. Cuarenta céntimos. El doble de lo que gasté cuatro años atrás.

Hoy por la mañana me levanté preguntándome qué será de la vida de aquella serpiente.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Los acuñadores de términos / 4



El científico William Gilbert acuñó el término electricidad en 1566.
El biólogo inglés Thomas Huxley acuñó el término agnosticismo en 1869.
El académico William Sumner acuñó el término etnocentrismo en 1906.
El físico estadounidense Gilbert Lewis acuñó el término fotón en 1926.

Y mientras le arrojaba migas de pan a las palomas, un viejecito de gabardina gris y boina ladeada me comentó: “Pobres ilusos estos acuñadores, deseosos por buscar maneras diferentes de nombrar lo mismo. Felices de utilizar algo tan primitivo como el lenguaje para describir algo tan complejo como el universo… Pobres, pobres”.

Los acuñadores de términos / 3



El filósofo francés Antoine Destutt de Tracy acuñó el término ideología en el siglo XVIII.
El internauta Brad Graham acuñó el término blogósfera en 2002.
El sociólogo Alfred Sauvy acuñó el término país subdesarrollado en 1952.
El escritor checo Karel Capec acuñó el término robot en 1921.

Y doña María Jimena Bagual, de 93 años, aún se pregunta si en lo que le queda de vida algún día podrá acuñar el sonido de sus suspiros.

lunes, 15 de marzo de 2010

Los acuñadores de términos / 2



El economista noruego Ragnar Frisch acuñó el término macroeconomía en 1895.
El investigador estadounidense McCarthy acuñó el término inteligencia artificial en 1956.
El científico suizo Heinz Leymann acuñó el término mobbing en 1980.
El periodista estadounidense Dan Gillmor acuñó el término Periodismo 3.0 en 2001.

Y el pequeño Agustín, de siete años, acuñó el término traganta (una fusión de las palabras “tragar” y “garganta”) en el año 2008.

domingo, 14 de marzo de 2010

Los acuñadores de términos / 1



El francés Henri Gault acuñó el término nouvelle cuisine en 1954.
El artista inglés Richard Hamilton acuñó el término pop art en 1957.
El investigador Phillippe Dreyfus acuñó el término informática en 1962.
El sociólogo canadiente Marshal Mc Luhan acuñó el término aldea global en 1970.

Todos ellos, de alguna u otra manera, obtuvieron un rédito social o económico gracias a ese acuñamiento.

La vida fue bastante injusta para aquel anónimo individuo que acuñó el término acuñar.

sábado, 6 de marzo de 2010

Historias del Miniatura / 5


Ahí, en el Miniatura me convocó Chiaravalloti. Ahí, en el bar Miniatura me dijo lo que me dijo:
–Déjate de estupideces y de bares. Este bar no existe más que bajo tu almohada y los márgenes de tu cuaderno. Como este blog. Mira ahí arriba, en el techo: esa cabecera estúpida hecha por un principiante, ese título que sólo lo entiendes tú. No son más que algunos de los tantos McGuffins que utilizas ingenuamente para configurar tu propia imagen. Porque, en definitiva, ¿para qué escribes este blog? Para comprobar lo que ya sabes de ti, para que todo el mundo te diga lo que tú quieres escuchar, para autoalimentar esa imagen que te has creado de ti mismo y que te otorga seguridad. Para inflar esa imagen que crees que eres. Este blog y, en realidad, toda otra actividad que llevas a cabo el resto de tu vida, sólo tienen el objetivo de alimentar ese yo. Un yo falso que sólo existe en tu cabeza. Quizás, el primer paso para que cambies esa imagen distorsionada de ti mismo podría ser cerrar este blog para siempre. Pero no sé, creo que no tienes los cojones. Y dudo que algún día los tengas.

Se levantó con rabia y salió a la calle dando un sonoro portazo. Para colmo se fue sin pagar su carajillo de Bayley’s. Menudo capullo.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Historias del Miniatura / 4


Antes de entrar simulé ser un transeúnte que pasaba de largo. Caminé lento a posta justo al pasar frente al escaparate. Giré la cabeza y allí la vi, María Inés ya estaba esperándome. Por suerte prestaba atención a las anotaciones de su libreta y no miraba hacia la calle. Eso me permitió volver sobre mis pasos para ensayar un segundo fisgoneo. De soslayo, cubriéndome levemente el rostro con el dorso de la mano, percibí que se rascaba el labio inferior con los dientes de arriba. Hice un pequeño rodeo y crucé a la acera de enfrente. Me oculté detrás de un árbol. Seguí con la mirada los círculos que dibujaba con la cucharilla dentro del pocillo vacío, en donde minutos antes seguramente habría habido descafeinado de sobre. María Inés levantó la vista de golpe hacia el árbol, me asusté, pensé que había escuchado mis pensamientos, puesto que estaba pensando demasiado fuerte. Esperé unos quince minutos en mi escondite, echando tímidas miradas cada cierto tiempo, comiéndome las uñas, suspirando. Hasta que por fin María Inés se levantó de su mesa, con evidente gesto de fastidio, y fue a pagar su descafeinado. En ese momento salí a escena. Crucé la calle, me encaminé a la entrada del Miniatura. Me la crucé justo cuando ella salía. Le di un pequeño empujón con el hombro.
–Perdón –le susurré.
–No, no es nada –respondió María Inés, y se marchó sin volver la mirada atrás.
Mañana le pregunto cómo se llama así dejo de llamarla María Inés.

lunes, 1 de marzo de 2010

Historias del Miniatura / 3


Sí, ése es el Miniatura, ahí la conocí a Elizabeth. Yo había bajado a comprar tabaco. Me la encontré eligiendo alguna marca en la máquina. Se tocaba la perilla con dudas, por cierto un signo bastante masculino. Parecía fumadora nueva, o quizás la habían mandado a comprar y ella, como no fumadora, no tenía puta idea qué botón apretar. Me incliné por esta última posibilidad:
–¿Cuál de tus compañeras de piso es la que fuma?
Elizabeth lucía zapatillas Converse ensuciadas adrede, o no lavadas adrede desde semanas. Tenía una mochila pequeñita en la que sólo podían caber un móvil, las llaves de casa, el carnet de la universidad, un monederito. Vestía pantalones de tela, de varios colores, y muy holgados. De su melena brotaban algunas rastas a medio hacer. Así deduje que vivía en un piso de estudiantes, quizás ella y tres más, una de ellas alemana y quizás otra italiana, que era vegetariana, que hacía circo o teatro, que le gustaba yoga y tenía planes de viajar a la India. Elizabeth se giró y se quedó de piedra. Tardó unos segundos en responder.
–Giovanna– titubeó.
Le regalé media sonrisa, puse el euro que faltaba en la máquina y apreté el botón de Ducados.
–Imagino que Giovanna no debe querer gastar mucha pasta, de hecho te mandó a comprar de urgencia, un domingo a la tarde, porque se quedó sin tabaco de liar. ¿Es así?
Elizabeth se quedó muda.
–¿Cómo te llamas?– le pregunté.
–Elizabeth– me respondió Elizabeth.
–Me gusta. Suena bien. Mejor que el nombre de tu compi alemana– arriesgué.
Elizabeth no aguantó más la intriga.
–¿Quién eres?
Tarde bastante en responderle a esa pregunta. Más o menos unos cinco años, después de que se hartó de mí y me echó a patadas cuando le dije:
–Soy todo lo que temes. Eso es lo que soy.

Historias del Miniatura / 2


Sí, allí en el Miniatura la convoqué a Laura. A mi pregunta sobre sus gustos, lo primero que me dijo fue que comía esas tortitas de arroz que no saben a nada, que le encantaban, y que según su ánimo se permitía untarlas con margarina. De inmediato le respondí que esa costumbre era signo de culpa, una culpa con cara de lobo herido que no le deja vivir. Argüí que no hay nada más insípido que comerse una tortita de arroz.
–Uno no quiere arriesgar nada en la vida si come tortitas de arroz.
Agregué que, seguramente, nunca habrá terminado nada en su vida, y eso le genera culpa y por eso come tortitas de arroz. “Quizás hace mucho que no te acuestas con nadie ni tienes una relación estable; estás buscando una relación estable pero te está costando más de lo que imaginas”. Le espeté que es muy probable que piensa que todos los hombres son unos superficiales, unos cobardes, unos imbéciles.
–Quizás eso mismo estás pensando de mí en estos momentos– añadí.
Laura abrió los ojos como dos platos, rechinó los dientes, pero después apoyó el mentón en la mano y me miró con admiración. Por la noche le pedí tener sexo anal. Creo que no sintió culpa al decirme que sí.

Historias del Miniatura / 1


–¿Corto de café?
–Corto de café.
Me senté a esperar a Noemí, mientras Tarik preparaba el cortado más espantoso y más barato del Raval. Estaba nervioso, para qué negarlo. Saqué un par de servilletas del servilletero y me puse a hacer flores papirofléxicas. A la cuarta flor abandoné los pliegues y empecé a escarbar con la uña los recovecos llenos de mugre de la mesa de madera. Una vez despejada la grieta de toda su suciedad, saqué mi bolígrafo y me puse a garabatear los márgenes de un Mundo Deportivo lleno de manchas de aceite. Cuando me cansé de dibujarle bigotitos a Fernando Alonso levanté la vista y divisé el titilante manchón verde sobre la pantalla de la tele, justo cuando el Recre marcaba el descuento. El tintineo del pocillo golpeando el plato me hizo volver la vista hacia abajo. Bebí un sorbo, qué mierda de café pensé. Minutos después sentía un cosquilleo en el bolsillo. Apreté el botón Responder.
–¿Sí? Sí, aquí. Ah, bueno, vale. De acuerdo, sí, sí. Nnno, no te preocupes. Ningún problema. De acuerdo. Adiós, adiós.
Me levanté a pagar con extrema lentitud. Sentí un ligero dolor en el pecho.
–Setenta céntimos– me recordó Tarik.
Crucé la puerta del Miniatura para volver a casa justo cuando el Recre le empataba al Aleti en tiempo suplementario.