lunes, 27 de septiembre de 2010

Spoiler / 4
Quneitra





Quneitra es una ciudad abandonada del sur de Siria, destruida en 1967 por el ejército israelí al finalizar la Guerra de los Seis Días. Muchas personas perecieron bajo las bombas, mientras que los sobrevivientes escaparon hacia la capital o al norte del país. Desde entonces, a fin de dejar testimonio de la destrucción causada, el gobierno sirio ha decidido mantener las ruinas tal cual quedaron después de los bombardeos, y conminó a los sobrevivientes a que no volvieran a pisar la ciudad.
Quneitra solía tener veinte mil habitantes. En Siria era conocida como un destacado punto de aprovisionamiento a mitad de camino entre Damasco y el Mar de Galilea. Hoy, cuarenta y tres años después, Qunaitra no es más que una infinita pila de cascotes aquí y allá, gigantesco museo del horror a cielo abierto. Según dicen, hoy Quneitra carece de población civil. Sólo la frecuentan algunas patrullas de la ONU que van y vienen, amén de soldados sirios.
No sé por qué hice caso a aquel impulso. Pero en ciertos momentos un mensaje cósmico acaba cobrando forma de empujón en la conciencia, sin sentido aparente casi, que me hace tomar decisiones espontáneas, eruptivas. Me asomé por la ventana. El chofer de la 4x4 que había contratado en Damasco sudaba a chorros mientras cambiaba el neumático. Le ofrecí ayuda, pero me la negó rotundamente con un La Rid Msad!”. Bajé del vehículo y encontré un cartel a la vera de la carretera, si es que a esa hilera de baches se la podía llamar así. Comparé las grafías del cartel con mi diccionario. Sí, era a veinte kilómetros al sur. Abrí la boca, sentí un cosquilleo en la nuca. Regresé a mi transpirado chofer, le metí tres mil libras en el bolsillo de su camisa empapada, y con un tono que me sorprendió incluso a mí, le indiqué:
–Cambiaremos el recorrido. Pasaremos por Quneitra.
Me miró con la nariz fruncida.
–¡Quneitra, Quneitra!– grité, como si gritar fuera un lengua franca.
Refunfuñó durante minutos. No le entendí, pero me juego el pellejo que sus refunfuños se habrán cagado en la extravagancia o la falta de sentido común de los extranjeros. Me daba igual. Yo quería conocer ese pueblo fantasma, aunque hubiera restricciones del ejército, aunque los cascos azules o quienes allí estuvieran nos devolvieran de vuelta. Al menos quería intentarlo.


sábado, 25 de septiembre de 2010

Apuntes en tinta / 7
Actor secundario


Me pasa siempre igual. Mientras escribo algo y caigo en la cuenta de que es algo que me entusiasma y es una historia en la que creo, deposito allí todas mis esperanzas de liberación para salvarme de la muerte; meto allí, en esa bolsa atestada de ilusiones narrativas, un océano de creencias, quiero que el personaje lo diga todo en pocas líneas, que sus sentencias sean más contundentes que las de Edipo Rey o Macbeth o la señora Bovary. Entonces cae sobre mí una crisis, un embotamiento mental y el mundo se congela, salgo a la calle a respirar y las partículas de polvo no vuelan, están firmes, las hojas se detienen en el aire a punto de caer. Entonces, para liberarme, comienzo un nuevo texto que plasme esos mismos sentimientos, experiencias paradójicas, esa falta de liberación creada por este encierro autoimpuesto, y así nace otra cosa, un texto secundario que no tendrá intenciones de futuro, que no querrá traspasar ninguna puerta, y salen letras frescas, son algodón mojado, caminar descalzo sobre un colchón y saltar sobre ese colchón, es reír a carcajadas en la calle sin vergüenza, es hacerme cosquillas con una pluma en la planta del pie. Termino ese supuesto texto secundario, y quizás salga un tercer texto secundario, mientras aquel primero, aquella torre de babel no llega ni siquiera a las primeras nubes, algún día lo acabaré, pero ahora regreso a mis modestas letritas que cuentan historias banales, mías, secundarias.

Y así el hijo abandona la casa paterna y acaba la carrera que el padre no pudo. Habrás acertado, querido lector. Éste es uno de esos múltiples textitos secundarios que se entrometen en la creación de algo, supuestamente, grande.

A veces me entristezco al pensar que viajo a los confines del mundo sólo para ver un amanecer infinito, inolvidable. Y no me doy cuenta de que ese amanecer está aquí mismo, tras esta ventana descolorida.

    

sábado, 18 de septiembre de 2010

¡ATENCIÓN!
Evento callejero de Decati Sonde Teibol:
REGALO TODOS MIS LIBROS




Sí, así como lees. Decati Sonde Teibol sale a la calle. Si quieres llamarlo happening, pues llámalo happening.

Resulta que ya estoy hasta el moño de lo material, por eso quiero desligarme de todo. Incluso de mis libros más preciados. Por eso te los regalo. Y no es broma.

No son libros cualquiera. Hay títulos como el Decamerón de Bocaccio, el famoso ensayo de Harold Bloom sobre Shakespeare, Los Pilares de la Tierra o Las enseñanzas de Don Juan. Hay Gombrowickz, hay Henry Miller, hay Hesse, hay Kertész, hay Camus. Hay materia.

Por eso estaré el próximo sábado 25 a las 18 horas, en la Plaça Virreina del barrio de Gràcia, de Barcelona, regalando mis libros. Pasas, eliges, coges, te vas.

Algunos ejemplares tienen mis anotaciones, otros algo rotos. Espero que no te importe. Quizás te preguntes por qué hago esto, regalar mis libros. Es que ya está, ya los leí, ya me sirvieron, no los quiero para que decoren estantes y tenerlos sólo para acariciarles el lomo. Fetichismo puro. Basta. Y si quiero releer, tengo buenas bibliotecas por ahí.

Pero ojo. No te va a resultar tan fácil esto. Te pongo tres condiciones:
  1. Que una vez acabes de leer el libro escogido, se lo pases a una persona que pueda interesarle.
  2. Que me cuentes una anécdota interesante de tu vida. Con ella me comprometo a escribir un cuento y publicarlo en esta misma bitácora.
  3. Que me narres en breves palabras el día más feliz o el más triste de tu vida. Esas palabras las registraré en una grabadora y las iré colgando a diario en este blog.
Lo sé, podría haber hecho BookCrossing o regalarlos a algún centro cultural. Pero bueno, se me ha ocurrido esto. Por eso, si la poli no me echa y si Barcelona no dista a más de diez km de tu casa, te espero el próximo sábado 25 desde las 18 horas en Plaça Virreina.

Allí nos vemos, pues.
Gracias por tu atención.

   

Imagen tomada en una calle peatonal de Tokio, una sofocante noche de agosto


La foto ya viene con título incluido, así que en esta ocasión no voy a darle al lector la posibilidad de elegir, como sí he hecho aquí, aquí, aquí, aquí o aquí.

    

jueves, 16 de septiembre de 2010

Felicidades, coma




Odio los números redondos. Aún no puedo entender el por qué. Alguna paranoia de la infancia, una exigencia escolar, el sufrir para alcanzar el absurdo diez en el boletín de calificaciones, para qué un diez si siempre seguiré siendo un infeliz inconformista. Qué sé yo, pero esa rareza vertió en mí una inexplicable fascinación por los números quebrados, primos, pi por radio al cuadrado, suspirar al ver cifras a la derecha de la coma. En cierta ocasión intenté psicoanalizarme para comprender el origen de esta manía, pero desistí al ver que la tarifa del analista era de 50 euros la sesión, y no 49,90 como hubiese querido.

En fin. Este es el post número 198 de Decati Sonde Teibol. Además se cumple un año y once meses desde que este blog está en servicio. Entre aquel primer post y éste, entre aquel lejano octubre de 2008 y hoy, varios abandonos, risas, descalabros, proyectos truncados, alegrías, satisfacciones y nebulosas han pasado. Menos pelo, más barriga, más experiencias, menos paciencia. Pero aquí estoy. 

Por eso me digo felicidades. Quizás mañana vuelva a festejarlo, antes de llegar al ingrato 200, a los detestables dos años.

     

martes, 14 de septiembre de 2010

...

Mamá se topó con papá. Papá empezó a cortejarla. Mamá no le hizo caso. Papá insistió. Mamá se hartó. Mamá rechazó a papá. Mamá dio media vuelta y se marchó. Papá nunca más volvió a ver a mamá. Yo no existo en realidad. Este cuento no existe. Fin de la historia.


     

sábado, 11 de septiembre de 2010

Spoiler / 3
Minsk


Belarús es el país con más alta tasa de suicidio del mundo. La gran mayoría de los que se quitan la vida son hombres, víctimas que generalmente pasan por la etapa previa del alcoholismo. El estilo preferido de suicidio es arrojarse desde un puente o edificio. Asimismo, su tasa de natalidad es una de las más bajas del mundo, la fertilidad ha caído a límites jamás vistos y, por si fuera poco, muchos de los habitantes que quedan con ánimos se largan del país, emigrando generalmente a estados vecinos como Polonia o Rusia. Quienes huyen son, en su mayoría, mano de obra joven y masculina. 
Una y otra vez repasaba esta estadística en mis informes para comprenderlo, mientras oteaba la plaza de enfrente a través de la ventana del hotel, en la que huestes de solitarias féminas y cincuentonas de pañuelo en la cabeza iban y venían sin aparente destino, como pétalos secos. Hacía ya algunas semanas que me encontraba en Minsk, capital de la Rusia Blanca, por cuestiones de trabajo. Con frecuencia, después de mis burócratas ocupaciones, elegía perderme en solitario por el caótico trazado de sus calles, o vulikas, como un ovillo de lana que cae rodando sin rumbo, deja una estela de hiladas huellas bajo el asfalto sucio y humedecido por el rocío, y acaba chocando violentamente contra algún obstáculo, distraído ante tanto paisaje blondo e histriónico.
Bajé a la calle. El humo que vomitaban los tubos de desagüe se amalgamaba en mi campo visual a las moles constructivistas y al vapor que me salía de la boca. En la Prospekt Janky Kupaly me detuve a contemplar las siluetas de los árboles del parque Hurkaha. La vegetación se recortaba entre altas chimeneas zigzagueantes, y el contraste me transmitió la sensación de estar rodeado de montañas, aunque en esa llanura no existe elevación a cientos de kilómetros a la redonda. Me encendí un Pall Mall ruso y el humo del tabaco se entremezcló con el vapor de la boca. 
Minsk es una ciudad ruidosa y silenciosa a la vez. Quienes murmullan son los coches con sus caños de escape, o algún claxon antipático, pero la gente camina en silencio con la vista pegada al pavimento, cual pequeños soldados programados. La gran mayoría de los transeúntes son mujeres. A diferencia de las semanas anteriores, se empezaban a ver menos minifaldas, menos zapatos con los dedos al aire, dedos pintados laboriosamente de rojo, rosa o azul. Ahora, esos muslos al viento, esas rodillas graciosas se estaban cubriendo de tejanos polacos, de botas con interior de piel sintética. Cuán agradable era escuchar a mis espaldas el repiqueteo de unos zapatos filosos, y el aminorar la marcha para contemplar con disimulo el alejarse de alguna ninfa de pelo dorado, su falda de flores, sus nalgas gloriosas, sus piernas infinitas.