lunes, 8 de febrero de 2010

Historias de escritores / 3




El gran defecto de Demóstenes Cazorla, autor de Se busca vivo o muerto, era su propensión a los clichés. En cada una de sus obras podía contarse un promedio de cuarenta silencios sepulcrales, veinticuatro intrigas palaciegas, treinta y dos parejas que se fundían en un beso, y todo lo que se cruzaba en el camino de sus personajes era siempre suave como la seda. En cierta conferencia, un periodista le increpó: “¿Acaso las intrigas no pueden ser dentro de un castillo?. Otro agregó: “¿Los besos no pueden sellar o fusionar a la pareja en lugar de fundirla?” Y otro: “Ayer fui al sepulcro de mi abuelo y había de todo menos silencio, ya que el cementerio está frente a la carretera nacional. Así que cambie de sentidos figurados, por favor”. Las críticas hacia Cazorla empezaron a multiplicarse. Un artículo en su contra publicado en el suplemento cultural del diario El Tiempo se tituló “Escritor que clichea no muerde”. En la revista Letras de septiembre de 2003 se publicó el informe “Cuando Cazorla suena, aburrimiento lleva”. Día tras día, el escritor alicantino recogía un creciente alud de palabras negativas al conjunto de su obra –como si criticarlo se hubiese tornado una moda– nacidas de lectores, periodistas y editores que disfrutaban burlándose de su desidia y falta de creatividad. El pobre Cazorla, deprimido, evaluó seriamente la posibilidad de apartarse del mundo literario. Menos mal que Albino Guasch, su editor, consiguió persuadirlo de que continuara e, incluso, acentuara esa característica que lo estaba haciendo famoso, ya que la polémica suscitada había disparado las ventas de sus cuatro títulos, tal el caso de la novela Baila con quien te trajo o el libro de relatos Chocolate por la noticia. Más tranquilo, Cazorla, no pudo evitar responderle a Guasch:
–A río revuelto, ganancia de pescadores.
Sin embargo, como todas los temas que van perdiendo el interés, al poco tiempo Cazorla y sus clichés cayeron en el más oscuro de los olvidos. Pronto dejó de ser criticado a favor o en contra. Su nombre dejó de aparecer, incluso, hasta en las búsquedas de Google. La voracidad del mercado hizo que su figura pública desapareciera del mapa. Hoy, algunas voces afirman que Demóstenes Cazorla se gana la vida redactando libros de cocina para una editorial valenciana.

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