lunes, 10 de noviembre de 2008

Otro guiño del destino

Todavía no sé como me animé esa tarde. Pero a veces ciertas sustancias psicotrópicas generadas por alguna glándula del cerebro producen más adrenalina y feromonas de las que podemos soportar. Juro que nunca tuve un impulso semejante, más estando sobrio como estaba, esa tarde al salir de la oficina. La calle Mallorca se veía seca y amarga como siempre. Pasé por la puerta del café oscuro donde a veces me voy a tomar un Irish coffee. Una rubia de cabello corto, botas negras y gafas con montura al aire saboreaba, creo, un té de menta. Después supe que era manzanilla. Me frené, o eso creí. Sus ojos grises interceptaron los míos marrones. Una puntada en la nuca trajo una electricidad animal, y sin ser responsable de mis actos, entré al bar y me senté en la silla frente a ella. No podía contenerme, y no me importaba. Las palabras salieron como tropel.
- Puedo dibujarte la carta astral si lo supiera. Pero los imprevistos son la falla de este sistema. Y hoy es uno de esos días.

Cogí una servilleta, le saque de la mano el bolígrafo con el que escribía sus memorias, algo que supe después. Y empecé a garabatear un círculo con puntos y líneas radiales saliendo del centro. Nunca en mi vida había dibujado una carta astral, ni siquiera sabía lo que era eso.
- Todo lo que puedo decirte es que tienes que dejar de tomar las pastillas anticonceptivas por mero vicio, por más que tu menstruación sea irregular. ¿Para qué, si hace meses que no follas con nadie? Los errores del destino son nuestra única arma para liberarnos. Y nosotros somos los dueños de esos errores, pero jamás usamos esa herramienta.

La rubia se levantó el escote para que dejara de mirarle el nacimiento de las tetas. Eran grandes las tetas. Al sentarme frente a ella, abrió aún más sus ojos grises y se echó hacia atrás, instintivamente. Estaba a punto de gritar o quejarse, con expresión asustada, como para echarme de allí, pero antes de que pronunciara palabra le apoyé dulcemente mi dedo índice en los labios. El dedo se me manchó de rojo rouge, algo que me di cuenta después.
- La queja que estás a punto de pronunciar será de lo más previsible. Sorpréndeme.
No sé por qué actuaba yo así, tampoco sé por qué ella también entró, así de repente, en esa lógica de los impulsos imprevisibles, porque al final no me respondió a la pregunta. Definitivamente, la rubia había entendido mi frecuencia. En vez de gritar, quejarse o irse corriendo de ese bar de la calle Mallorca, cogió el bolígrafo y me lo clavó en el ojo. Se levantó con elegancia, pagó su manzanilla, dejó el vuelto de propina y se fue como si nada. Yo la seguí con la mirada mientras cruzaba la puerta de salida, mientras secaba la mesa de la sangre que bajaba de la Bic que pendía de mi ojo izquierdo. Para matar el tiempo me puse a leer el cuaderno con sus memorias que se había olvidado arriba de la mesa. Eso sí que es una acción de lo más imprevisible.

No hay comentarios: