lunes, 10 de noviembre de 2008

La clase de cosas que escribía mi estúpido antecesor

No creo en el cielo
Yo miro al cielo, no él a mí
Ahora todas las cosas que pensaban que era son inciertas.
Todo va tomando forma de barco, de helado de vainilla.
Son todos caminos de vuelta hacia un lago acristalado.
En estados de letargo como estos, los átomos que chocan mi piel, los átomos del exterior, entran de tal manera que siento su caricia, como una aguja de seda que me da besos.
Pero ya no hace falta que escriba encriptado.
Si es más bonito que todo tenga un principio, un nudo y un desenlace.
Si los personajes no se me van a escapar.
Antes solía tenerle miedo a mis personajes.
Ahora ellos me veneran, me acarician, son mis átomos.
Ser dueño de mis personajes es ser dueño del tiempo.
Es manejar la cuerda de la bailarina de la cajita de música.
Ahora, por ejemplo, yo que soy el personaje del tipo que está escribiendo mi vida, y por consiguiente el que está escribiendo esto, podría fácilmente ser asesinado sólo por el hecho de satisfacer las ansias carniceras de mi progenitor.
O de mi procreador, quizás quede mejor decirlo así.
Incluso si me suicido será por su voluntad.
Soy un personaje maleable que mira el cielo pero no espera nada de él.

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