martes, 25 de noviembre de 2008

De este diálogo sólo existió la primer sentencia

ÉL: – No voy a tertulias literarias y dejé de ir a esos estúpidos cursillos de escritura porque creo que la única manera de aprender a escribir es leyendo. Solamente permanecer en casa y leer es la única manera de aprender. Y de paso me ahorro de escuchar los imberbes comentarios de compañeros de curso que leyeron diez mil veces menos que yo.
YO: – Es como decir que quieres aprender a jugar al fútbol sólo mirando partidos por televisión. Sin los consejos ni la teoría de un entrenador ni salir a correr detrás de una pelota, e igualmente llegar a ser un gran jugador. Es eso, ¿no?
ÉL: – Qué banal y estúpida comparación. Esta respuesta afirma mi decisión de haberte utilizado como personaje en mi última novela, algo que fue sólo una herramienta para criticarte y denostar la mierda de literatura que tú haces, a través de ese personaje.
YO: – Si tienes que echar mano al personaje de una novela para decirme algo cara a cara, entonces eso demuestra lo mediocre que eres, un simple y mediocre autorcito con aires de loco incomprendido.
ÉL: – Por imbécil, mereces que te asesine en el primer capítulo.
YO: – Por mediocre, voy a asesinarte yo aquí mismo. A mí no me hace falta tinta. Mira cómo te clavo este pedazo de vidrio en la yugular


Exceptuando el primer comentario, el resto de la historia no existió, pero bien podría haber existido. La escritura, como todo arte, sirve para decir lo que no dijimos en su debido momento, corregir los errores del tiempo. El arte nos ofrece venganza, podemos matar a quién queramos cuando queramos. Y le damos al asesinado el nombre que nos plazca. Yo llamaré a este individuo Miguel. Y para continuar con mi venganza, debo decir que se trata de un nombre real, de una persona real. Y de unas intenciones que, por falta de tiempo, podrían haber sido reales.

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