domingo, 27 de junio de 2010

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Gimena

Juro que no la reconocí cuando volví a verla. Hacía añares que no me la encontraba. Gimena era esa clase de chicas que se vestía con pantalones holgados, tenía algunas rastas colgándole tras la nuca, solía decir con orgullo que su autor favorito era Bucay, y su cita predilecta “Podrán cortar todas las flores, pero no matar la primavera”. Caminaba con aparente indiferencia por la calle de la Cera, indiferente ante las miradas de hombres que apreciaban su cuarto de busto a la vista, allí, para ser visto. Con sensual cadencia bamboleaba el bolsito de bordados hindúes y dejaba oír a todos el arrullar de las llaves golpeando monedas. Simulaba apatía ante las miradas masculinas y femeninas hacia su exhuberante tatuaje: una serpiente enroscada que le nacía del hombro, que caía hasta su busto semidesnudo y se perdía por alguna de las escuetas blusas veraniegas que solía vestir. Esa era Gimena, sí, yo la veía siempre bajar la escalera, con esas faldas tan cortas y esa despreocupación que, luego descubrí, no era más que una impostura. Después de algunas ¿semanas, meses? de histeria, conseguí llevarla a la cama. Había sido tras una fiesta con mucho hash y pocos preámbulos, al menos en mi caso. Esa noche folló con cierta desgana, como si estuviera pensando en una rima de Becquer mientras experimentaba un orgasmo. Su actitud en nuestros siguientes dos polvos fueron iguales, como quien hace un trámite en Hacienda. Yo pensaba que las próximas veces iban a ser más intensas, pero me equivoqué: de repente Gimena desapareció de mi vista y de mi vida. O mejor dicho, la Gimena que yo conocía, la que yo anhelaba, se había ido para siempre. Por alguna razón, hoy ha decidido volver a ponerse una de sus viejas faldas indias. Eso me hizo volver a prestar atención a su ahora descolorida serpiente en el hombro. Después de veinte años de estar juntos, por fin vuelvo a encontrar algún rastro de aquella Gimena que deseaba tanto.


sábado, 26 de junio de 2010

Éste es un post un poco paradójico

Y además, tan acostumbrados a leer letra impresa, también es pesado de leer (siento tener una letra tan horrible, pero es parte de la gracia de este post).

sábado, 19 de junio de 2010

En cierto sentido se podría decir que, letra a letra, palabra a palabra, página a página, libro a libro, he venido, sucesivamente, implantando en el hombre que fui los personajes que creé. Considero que sin ellos no sería la persona que soy hoy, sin ellos tal vez mi vida no hubiese logrado ser más que un esbozo impreciso, una promesa como tantas otras que de promesa no consiguieron pasar, la existencia de alguien que tal vez pudiese haber sido y no llegó a ser.


José de Sousa Saramago
(1922 - 2010)

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Ligeras variables de mercado

1. ARRIAGA

Allí abajo me esperan mis amados seres. Me cuesta salir de la recámara, ellos deben estar ahí, en el salón, preguntándose por qué los he reunido hoy. Justo hoy, una mañana de domingo ideal para navegar en el lago o caminar por la montaña, como hacemos siempre. Tendríamos que estar preparando el viaje a Australia que les prometí. Pero todo ha cambiado. No puedo dejar de mirar el adorno que Martincito me hizo para el día del padre. Es una deforme escultura de cartón pintada con varios colores; no sé qué es ni qué significa, pero no me importa. Me lo regaló el domingo pasado y lo he llevado toda la semana en el bolsillo trasero del pantalón. Es el mejor regalo que me han hecho jamás.

Maricarmen me llama, dice que baje, que el café está listo. Ella también está intrigada por saber a qué se debe esta reunión matutina, aunque quizás no tanto como los niños. Martincito quiere conocer la sorpresa que les tengo preparada. Seguro supone otro karting. Jimena, como siempre, fue la primera en levantarse. En eso es bastante parecida a mí, siempre tiene que ser la primera en todo, especialmente en la escuela. Por eso se la ve tan madura para su edad, a diferencia de Karen. Cada vez creo más eso que dicen que la del medio suele ser la más conflictiva, de hecho sigue yendo a ese terapeuta que me resulta un charlatán; pero qué puedo hacer, cosas de Maricarmen.

jueves, 17 de junio de 2010

Control Alt Delete / 1

Firmé el contrato de alquiler y el administrador me dijo:
–Esto que acaba de firmar, señor Arriaga, significa que el dueño le presta eso que es de él y que nunca será suyo. Le presta esa casa de la que usted se encariñará, que abrazará con apego, en la cual desarrollará los sueños que proyecte durante los próximos cinco años, sueños que también en parte le pertenecen al propietario. Le cobra estos 450 euros al mes por utilizarla bajo unas reglas que él ha impuesto. Recuerde que cualquier objeto o instalación que sea dañada o desaparezca correrá a su debida cuenta, señor Arriaga. Aquí tiene las llaves, que la disfrute.

“Es como alquilar mi culo durante cinco años, y en ese tiempo pasen todas las pollas que yo quiera, siempre y cuando el culo quede en condiciones y no sea tratado con maldad”. Salí pateando una latita por la calle Manso mientras mi dedo hacia girar el llavero con indiferencia. Era el mes de enero de 2003. La flamante casa no tendría gas natural, así lo estipulaba el contrato. Tampoco habría bombona: el dinero hasta el mes siguiente me lo había comido en la garantía. Solamente contaba con un colchón en el suelo, una lámpara y el Ulyses de Joyce que usaba como almohada más que como libro. Entré en un colmado a comprar una botella de whisky para usar como estufa más que como bebida. Subí la escalera y algo me crujió bajo el pie, algo que se movía. Giré dos veces la llave. Entré a casa. La bola helada y oscura que brotó del salón me abofeteó la cara. Me tumbé en el colchón y me bebí media botella a morro. Me dormí de inmediato en el colchón lleno de pulgas. Me cubrí con la chaqueta. Metí el contrato bajo el colchón.

Aquél fue el primer día de mi otra vida. De ésta vida, bah. Del día después de haber dejado casa, dejado Marta, dejado trabajo, malvendido coche, tirado libros. Cinco años pasaron, pero todavía sigo bebiendo de aquella botella de whisky.

lunes, 14 de junio de 2010

Si tan sólo fueran soplos





Y llegó el turno de Wilson Prada. El silencio volvió al recinto. Apenas algunas toses, copas de whisky que chocaban involuntariamente entre sí, los pasos de los camareros amortiguados por el suelo enmoquetado. Wilson subió al escenario, sus zapatos rechinaron en la madera lustrada de los escalones. El foco de luz le iluminó la frente vacía y húmeda, y sus ojeras experimentaron un efecto de hundimiento. Wilson sacó la lengua. Humedeció su labio superior. Humedeció su labio inferior. Tragó aire. Se inclinó para apoyar la maleta que colgaba de su la mano izquierda. Con la derecha empujó hacia delante el saxo que llevaba tras la espalda, de modo que la boquilla se detuvo a pocos centímetros de la boca. Exhaló. Advirtió que sobre el atril aún permanecía la partitura del anterior músico, un guitarrista que había interpretado fraseos de Pat Metheny. Wilson se agachó y pulsó el botón de la maleta, que se abrió como una almeja. Algunos papeles salieron despedidos hacia la madera lustrada. El silencio era tal que Wilson escuchó el eco del botón. Esas ondas viajaron parcas hasta el fondo del salón, allí donde un sonidista esperaba el comienzo de la interpretación para ajustar los agudos de la consola. Por aquel mismo sector unos espectadores empezaron a susurrar entre sí, a servirse más whisky, a toser. Se movían en la silla como si algo les molestara. Fijaban la vista en aquel músico que parecía flotar en medio de la oscuridad, y apreciaron su llamativa parsimonia al apoyar la partitura en el atril. Un concurrente bigotudo –que bebía brandy a pocos metros del escenario– sintió atracción por el gesto mustio de aquel músico cuando arrellanó los papeles. Notó su exagerada manera de tragar aire, quizás para capturar el oxígeno necesario antes de demostrar su habilidad con el instrumento. A un extremo del recinto, una pareja se veía expectante, quizás con ganas de escuchar algo mejor que el pastoso punteo anterior. La mujer vestía un ceñido traje rojo que le dejaba las piernas a la intemperie. Sus ojos marrones centraron la atención en el entrecejo del músico. Las arrugas de esa frente descendían levemente en aquel espacio vacío, formando una letra uve. Esa sutileza evocó en la mujer de bonitas piernas una sensación de abandono, de lejanía más bien. Por su parte, el hombre a su lado advirtió, no sin sospecha, que el músico contemplaba el atril más tiempo de lo habitual antes de empezar la interpretación. Sintió intriga al ver cómo los ángulos de aquellos ojos se inclinaban hacia abajo, como derritiéndose. Mientras tanto, una ebullición en forma de murmullo envolvió el salón oscuro. Habían pasado cuatro minutos desde la aparición del músico y aún seguía manipulando sus papeles. Al fondo, el sonidista tuvo una idea: subió una perilla de la consola y provocó un acople. Wilson sintió un pitido horrible, un clavo oxidado en el tímpano. Dio un pequeño brinco, despegó los ojos del atril y agitó la cabeza. Miró hacia el público, pero la luz que le apuntaba no le permitía ver más que oscuridad allí abajo. Enderezó la espalda, acercó los labios a la boquilla y accionó el mecanismo de octava. Un hilo de aire se inmiscuyó por los agujeros de su nariz. Volvió a fijarse en el atril y, de forma automática, los labios le temblaron, como quien aguanta un sollozo. La concurrencia regresó la atención al escenario. Por fin, del orificio salieron los primeros tonos. Resultó ser el standard I'm Old Fashioned, en versión de John Coltrane. Las notas empezaron a ser despedidas con apatía, eran burbujas negras que explotaban en el aire ante cada mirada, espinas secas pinchando carne viva. El público escuchaba indiferente, alguno se frotó la perilla, otro giraba con el dedo los hielos en el whisky. Pero las notas pasaron, las pulsaciones prosiguieron, y las burbujas fueron tornándose vivas, luminosas. La cabeza de Wilson empezó a dibujar ondas en el aire, mientras sus dedos penetraban en las teclas, que se tornaron de piel bañada en sol. Wilson jamás cerró los ojos, nunca despegó la vista del atril. Cada soplido era llanto, como si sus propias tripas salieran despedidas con forma de Fa Sostenido o de Do Menor. El público seguía en silencio, aunque ahora absorto, hechizado por el magma que eyectaba el escenario. El sonidista, el bigotudo, uno que fumaba, la de piernas bonitas, todos terminaron por entregarse a los acordes y compases de aquel saxofonista que había sido anunciado en los carteles de la entrada, pero que seguramente nadie recordara su nombre. La melodía era sencilla, no había virtuosismo, ni escalas exigentes, de hecho faltaba un buen piano que lo acompañara o un par de escobillas sobre platillos. Pero a nadie le importó. Wilson seguía con la vista hacia el atril, presionaba las teclas con un ardor sediento, besaba la boquilla con frenesí adolescente. Manaba gestos desconsolados, casi orgásminos. Su alma y sus vísceras ascendían por la tráquea y se transformaban en aire, aire que adoptaba forma de armonía, que surcaba el éter, que se depositaba sobre oídos ajenos, que mutaba en escalofríos o en latidos o en piel erizada. Wilson estiró las últimas notas hasta asfixiarse, pero no quiso acabar, no podía, no, continuó otro compás, y otro, le resultó imposible cerrar esa pieza que era lo único que le quedaba. Ni los aplausos, ni el saxo, ni el futuro ni el aire de sus pulmones, nada más importaba ya. Wilson miraba el atril con ojos desgarrados, aunque allí no había ninguna partitura, sino el retrato de una mujer lejana, ahora ajena, ahora humo, convertida en mero recuerdo. Una mujer que miraba a Wilson con aire de melodía e inspiración.

viernes, 11 de junio de 2010

Un microencuentro macrointeresante


Mi blogamigo Pablo Gonz (un maestro en el arte de la microficción) nos propone a todos los amantes, simpatizantes y/o cultores de este entrañable género a participar de una peculiar y fascinante propuesta. En palabras de Pablo, Vendaval de Micros consiste en "una fiesta del microrrelato, un lugar de encuentro anual donde todos los amantes de este género tan vivaz podamos compartir nuestra pasión en tiempo real".

Y agrega: "VENDAVAL DE MICROS 2010 se celebrará on-line el domingo 20 de junio 2010 y tendrá una duración aproximada de dos horas. En el primer minuto del vendaval se publicará en este blog una entrada con la dirección de correo electrónico a la que, a partir de ese momento y por espacio de dos horas, los participantes podrán enviar sus trabajos. La publicación de los microrrelatos se hará según su orden de llegada y con una periodicidad de algunos minutos para dar tiempo a que los lectores los lean y dejen sus comentarios".

Te animo a que participes, aunque no hayas escrito ni siquiera un albarán en tu vida. Yo ya me lo he apuntado en la alarma del móvil, a ver qué microrrelato espontáneo invento... Más información, aquí mismito.

Imagen tomada en una esquina del barrio de Sants, una mañana de junio



La imagen podría titularse "Soledad y doble interpretación" o "Busco señora y busco saber dónde va la coma", pero dejo la elección a criterio del lector.

Gente negativa / 8



El 24 de octubre de 2007 el periodista Gregorio Sambueza publicó un artículo en el suplemento de opinión de la revista cultural Palabras Mayúsculas cuyo título era –sin ningún tipo de eufemismos– “Steven Spielberg: eres una mierda”. A continuación, Decati Sonde Teibol ofrece unos extractos:

"Las normas sociales o ciertas reglas retóricas indican que, ante una crítica favorable, o bien ante una exposición de conceptos que apoya determinada ideología o persona, existe una licencia tácita que nos permite volcar todo tipo de elogios sin límite, florituras que exaltan hasta el extremo la ideología o persona apoyada. Por contrapartida, si el objetivo de esa crítica o exposición es el de censurar a esa ideología o persona, la norma dicta que se debe ser medido, que no hay que dejarse cegar por el fanatismo, que se requiere evitar el golpe bajo. Pero hoy, en este espacio, me voy a pasar por el forro este convencionalismo. Simplemente porque voy dedicarle mi tiempo y mi tinta a un personaje menor, que no se merece siquiera mi atención, por eso he titulado este artículo como lo he titulado. Pero ¿por qué tanta cólera hacia el famoso director de Cincinatti? Porque este personajillo apellidado Spielberg –que es más que una mierda, es una puta mierda–, ha sido y es la más obediente mano ejecutora de inoculación y manipulación ideológica en la sociedad de hoy, herramienta que colabora en la transformación de mente humana en mente sub-humana. Sionismo, marketing, capitalismo, ejército e industria armamentística son algunos de sus clientes. Por eso, aunque no sirva de mucho, hoy vengo a poner un poco de justicia.

miércoles, 9 de junio de 2010

Imagen tomada en una callejuela céntrica, una tarde de mayo


La foto podría titularse "Tienda paradoja", "Porque te quiero te baleo", o bien "Vendo armas pero en el fondo soy bueno", pero dejo la elección a criterio del lector.

(Para quien no ve correctamente esta foto hecha con el móvil, aclaro que la tienda en cuestión es una armería).