sábado, 26 de diciembre de 2009

Apuntes en tinta / 1
Sufrir, gozar




En mi condición de hombre, no puedo siquiera imaginarme cuál es el sentimiento que recorre las venas de una mujer durante el embarazo: tener un ser viviente dentro del cuerpo, que se desarrolla poco a poco, allí, en los confines de las tripas. No tengo ni tendré idea del dolor que se debe experimentar en el momento en que las entrañas y los órganos se abran para que salga a la luz la criatura, así como el acomodamiento de los huesos, la dilatación del órgano reproductor, el trabajo de parto, el vientre que se desgarra. Como hombre, por más que intente imaginarlo, jamás de los jamases podré ponerme en la piel de una mujer para comprender realmente lo que ese momento significa. Pero, salvando las enormes distancias, ahora me encuentro en pleno trabajo de parto. Yo mismo soy la partera, cuyo bisturí es un bolígrafo, la sábana es una hoja de papel y la anestesia es un lápiz con el que corrijo lo escrito en azul. Sobre esa hoja de papel lloro, grito de dolor, la sangre azul se desperdiga sobre el blanco, se entremezcla con el adormecedor gris. Sin embargo ya puedo ver que sale la cabecita, también veo un punto que separa dos párrafos, el bracito, el nudo de la historia, su tierno vientrecito bañado en jugos, unos puntos suspensivos, y el cordón umbilical que, como los guiones que separan a las palabras largas, es cortado sin contemplación por una anónima enfermera. Ya está. Si bien ya puedo reflejarme en esa criatura que ha salido de mis tripas, ya no está más ligada a mi ser, desde este mismo instante empezará su largo camino de libertad eterna. Ya se ha librado de mí y, con el correr de los años, buscará nuevos universos hasta perderse para siempre de mi vista. Pero ahora, este niño-texto llora, grita, comienza a descubrir el complejo mundo que lo circunda. Alguien se compadece de mí y me lo acerca a mi pecho. Yo lo contemplo, ahora no sufro, gozo, lo observo y me pregunto cómo puede ser posible que algo que ha estado dentro de mí durante tanto tiempo –años quizás– se haya convertido en este crío con ojos, renglones, piernitas, acentos, piecitos, puntos y coma, ombligo y largas palabras esdrújulas. Ahora es momento de disfrutar esta comunión que el universo me proporciona. Ya habrá tiempo de verlo perderse por las rutas del tiempo y del espacio. Ahora es hora de amamantarlo, de fortalecerlo con caricias y sinónimos, con leche materna y ortografía.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Niño o libro que sea, el nacimiento es una cosa extremadamente dulce.