lunes, 23 de febrero de 2009

Zaguán, Aurelio, Glenda

La luna no fue testigo de ese hecho, pero sí el viento. La mano de Aurelio esperaba su turno para entrar en escena, mientras su lengua exploraba aquellos dientes ajenos y empujaba hacia en interior la masa de carne ensalivada que danzaba como serpiente encantada, poniendo más resistencia de la que él había imaginado. Frotó el pulgar contra la aspereza del denim, como anticipando el hecho, y tras varios minutos de duda aprestó a hundirse en la oscuridad de la falda florida. Sus yemas dieron con unos muslos cálidos y blandos que, de manera instintiva, se contrajeron. Pero hasta la más pequeña de sus falanges estaba decidida, y Aurelio siguió explorando la textura sedosa, tremolante, mixtura húmeda de telas y carne. La consistencia era toda una tentación para apretarlas, tal como hacía los días previos a un examen con la pelota de goma que guardaba en el segundo cajón del escritorio. Un destello que llegó de fuera del zaguán, quizás un coche que giraba, le regaló la imagen de unos ojos negros y entrecerrados. Sin embargo sólo se llego a ver el iris blanco, oculto tras pestañas largas que aleteaban. El corazón de Aurelio carreteaba en la pista y decidió despegar. Su índice y su pulgar encontraron una hebilla que colgaba sobre una minúscula pila de dientes de metal. Todo temblaba, la falda, las carnes, el índice, el pulgar, las dos lenguas que bailoteaban dentro de una de las bocas. Una gota de saliva se lanzó al vacío desde alguna de las comisuras y aterrizó en la punta de un zapato negro de tacón que era flanqueado por dos zapatillas azules. Por fin un ruido rasposo y raído, aunque lento. El índice y el pulgar dejaron libre la hebilla que siguió colgando, aunque más abajo. Aurelio había llegado al punto de no retorno. A uno de esos momentos que, como todo el mundo piensa, se cree que se llega por propia voluntad. Pero no, nadie llega allí porque uno quiere. Es algo profundo, un impulso ancestral que nadie, absolutamente nadie decide. Algo impreso en lo más profundo de nuestra matriz. Profundo, bien profundo, profundo y carnoso, húmedo y profundo. Como la luna, como el viento, como el grito de Aurelio y el sexo de Glenda.

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