domingo, 3 de octubre de 2010

Uno, el universo y los premios



De casualidad, hace unos días di con un diario de 2008 que anunciaba “La SGAE propone a Delibes, Ayala y Sabato como candidatos al Nobel de Literatura de este año”. La justicia no ha caído sobre los dos primeros, recientemente fallecidos. El tercero, casi centenario, espera una reparación histórica de no morir formando parte de esa lúgubre categoría llamada “eterno candidato al Nobel”.



Y así pasan los años, y los Philip Roth, los Vargas Llosa, los Amoz Oz o los Carlos Fuentes continúan en la sala de espera del consultorio, mascando chicle, hojeando revistas del corazón como Qué Leer, Granta, Vuelta o The New Yorker Review, y fumando y fumando (en esta sala de espera sí te permiten fumar, hasta que mueras incluso).

Algunos por su grandeza, otros por sus años remando, y otros por ocurrencias del mercado. Ellos esperan que canten el último número que les permita gritar cartón lleno antes de que la palmen. Si nos aventuramos a un análisis de los antecedentes de la última década, me atrevo a decir que en 2010 tenemos dos alternativas: o estadounidense hombre o mujer de país exótico (entendiendo como exótico a toda aquella cultura que vemos en documentales). Ésa es mi porra para este año.

Un premio es eso. Doce o quince o veinte tipos te leen, te hojean más bien, dicen qué grande eres, y esa opinión se polariza al resto de los mortales al elegirte. Entonces pasas a ser el mejor para todo individuo que está más allá de tu piel. O al menos eso te crees tú.

Un premio te hace inflar el pecho, te allana el camino, te hace ver con altivez a los que no ganaron nada. De inmediato encargas estampar tus iniciales en la alfombrilla de la entrada a tu casa. Ya no hace falta decir quién eres en reuniones sociales, porque todos ya saben quién eres. Ahora tus opiniones reciben una mejor consideración por parte de los grupos que frecuentas, tanto si crees que el transrealismo es la única alternativa poética que queda como si afirmar que Pujol le cometió penalti a Sergio Ramos.

¿Qué le importa todo eso a un tipo de cien años? De hecho, estoy casi seguro de que a Delibes o a Ayala les hubiese fastidiado enormemente redactar un discurso de agradecimiento. Amén de, por supuesto, viajar a Estocolmo en pleno diciembre.

En más de una ocasión, Sabato confesó que no se considera un escritor profesional. “Detesto la literatura y los literatos”, suele repetir. Don Ernesto no es más que un científico que escribió tres novelas descomunales y varios ensayos. Me lo imagino el próximo jueves –cuando se anuncie al ganador del Nobel de Literatura de este año–, sentado en su mecedora, en su casita de Santos Lugares, disfrutando de uno de esos amaneceres nublados de la primavera porteña, tomándose unos buenos mates. Importándole un pito lo que se decida a veinte mil kilómetros de ahí.

Por eso espero que no te lo den, Ernesto. Me fastidiaría un huevo anteponer la fórmula “el Nobel” a tu apellido, como con Saramago, Cela o Xingjian. ¿Que te pongan en el mapa a los cien años? Hay muchos otros escritores por ahí esperando su reparación histórica. Que los elijan a ellos. 

  

9 comentarios:

anticolometa dijo...

Es curioso el tema de la relacción de los escritores con los premios. ¿Has leído el libro "mis premios" de Thomas Bernhard? Es genial cómo describe cada una de las situaciones, a cada cual más surrealista y/o patética. Y su motivación para recogerlos es que siempre andaba mal de pasta.

Carme Carles dijo...

Buena reflexión. No sé que premisas siguen para darlo, pero lo cierto es que a veces son tan "exóticos" que incluso los expertos se las desean para saber quien es.
En fin que viendo los grandes que no lo recibieron y los medianos (menos grandes) que si, a mi no me dice gran cosa.
Salut

Franco Chiaravalloti dijo...

Que me lo apunto, más que interesante recomendación, anticolometa. Tante grazie.

Cuando los Nobel empezaron a ser entregados, Carmen, allá por el comienzo del siglo XX, la mayoría de los premiados eran, curiosamente, escandinavos, quizás por la lógica limitación de la época para acercarse a los mercados literarios más distantes , quizás porque no sabían que más allá del Mar Báltico y el Mar del Norte aún había mundo. Y poco a poco la política fue comiéndoselo todo.
Abraçades!

Pablo Gonz dijo...

Yo no sé cómo eran/es ni Delibes ni Ayala ni Sabato pero no me parecen tipos de los que emplearon/emplean un solo segundo de sus vidas en hacer lobby. Y para ganar el Nobel hay que hacerlo.
Abrazos, Franco.
PABLO GONZ

José Ignacio García Martín dijo...

Pongámonos en el pellejo de un gran literato menor de 65 años al que, de repente, un día le comunican que ha ganado el Nobel.
¿Qué es lo primero que sentiría? ¿Felicidad, satisfacción, placer venéreo? No lo creoi. Seguro que su primera reacción sería alcanzar la siguiente y cruel conclusión: "Me dan el Nobel, por lo tanto... ¡Me queda un mes de vida!"
Los premios, mejor cuando todavía quede tiempo para disfrutarlos. Es mi prosaica opinión.
¡Salut!

Unknown dijo...

Estoy de acuerdo contigo en el vacío contenido en éste galardón,
que al fin y al cabo no determina la verdadera talla de un auténtico artista de las letras.
Cuando en verdad alguien tiene una trayectoria de trabajo no necesita un sello de aprobación de camarillas de dudosos cultoides.Son sus propias letras que lo avalan.
Como que se torna el Nóbel en un monstruo institucional más de los que engordados por intereses comerciales y políticos todavía cuentan con pendejos a quienes apantallar. Los medios han perdido la credibilidad de antaño por facciosos. Hoy por hoy, las voces del presente están aquí en la red, donde te puedes evitar los filtros de jerarcas que ni pueden escribir pero sí tienen un podersillo de dudosa calaña para decidir a quien se publica y a quien nó.

Unknown dijo...

Corrección en la parte que debe leer : "que todavía cuentan con pendejos a quienes apantallar." Falto el QUE en mi anterior comentario.

Unknown dijo...

Corrección en la parte que debe leer : "que todavía cuentan con pendejos a quienes apantallar." Falto el QUE en mi anterior comentario.

Franco Chiaravalloti dijo...

Como me lo suponía, y como siempre me pasa, evidentemente no acerté la porra. ¡Salud, letras hispánicas!