
No lo recuerdo muy bien, doctor. Creo que fue la tarde de un jueves. Había llegado a mi patio de todos los días con mis botines nuevos y mi camiseta que me regalaron para Navidad. Aún no sé por qué ese día decidí que quería ser abogado.

Como todos los días, me dirigí con ilusión y premura hasta esa estación de metro para ver a mi amada. No podía quitarme sus ojos de la cabeza, la sombra bajo los ojos, sus labios brillantes y espesos, su postura sugerente... Cuánta fue mi decepción al bajar y entender que nunca más volvería a ver aquel rostro. Nunca más.

Ese mañana, al salir para el trabajo, algo me decía que aquel no iba a ser un día normal.
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