lunes, 20 de diciembre de 2010

BCN Flâneur

El proceso de irse no acaba cuando uno abandona un lugar. Uno se va en cuerpo, pero para marcharse en alma debe pasar un tiempo prudencial. Meses, años, toda una vida. El espíritu –la mente– nos fuerza a clavar las uñas en el pasado y nos hace avanzar con lentitud, funambulistas sobre una cuerda hecha de vísceras. Ahora mismo estoy empezando el proceso de abandonar Barcelona. Sin embargo, un trozo bien grande de alma se me queda aquí. Ocho años habitando ocho barrios diferentes. Un nómada entre sedentarios. Por eso, a manera de exorcismo, en las próximas ocho entradas publicaré ocho pequeñas historias –o quizás más– relacionadas con esos barrios, con cada uno de esos trocitos de vísceras que fui tirando por ahí. Aunque supongo que las marcas de las uñas se quedarán estampadas durante bastante tiempo en alguna calle de la Sagrera, o en cierto bar del Poble Sec, o en una desangelada plaza del Borne.

    

2 comentarios:

Serafa dijo...

Yo no podre nunca abandonar Barcelona. En esa ciudad esta la practica totalidad de mi memoria.

AngLee dijo...

Morir un poco, dicen... Absurda ironía. Partir es la demostración de que se está más vivo que nunca, ¿verdad? Éxitos (aunque no sé quién eres, pero es como si te conociera).