martes, 28 de diciembre de 2010

BCN Flâneur / 2



En la panadería María de la calle Rector Triadó hacen el mejor pan de Viena de Barcelona. No sé qué le pondrán, si algún ingrediente secreto, componentes sobrenaturales, un elixir mágico o será un pan que realmente traen de Viena. Lo cierto es que me convertí en un adicto al pan de Viena de María. Siempre que me cruzo con alguien del barrio no pierdo la oportunidad de recordárselo: “¿De verdad no lo has probado?”. Mi día empezaba una vez que tenía mi vienita bajo el brazo, a las siete de la mañana. Cruzaba corriendo para conseguir la primera de la jornada, la crujiente, esa que le sale el humito apenas se muerde. Entraba al local y, sin apenas saludarnos, venía la invariable pregunta de María:
–¿La vienita de siempre?
Me la envolvía en un papel sin más respuesta que mi sonrisa.
Antes de puentes o días festivos compraba dos o tres barras, que almacenaba en bolsas de tela. Y si se ponían duras, un golpe de horno y quedaban como nuevas.
Nunca hablábamos con María, pero varias veces estuve tentado de preguntarle cuál era su secreto, cómo podía ser que le salieran así. He probado su espiga, el pa de pagès o el de leña, pero nada se compara con su mano para las vienas.
Esa vez hacía semanas que no visitaba a María. Durante el viaje de vuelta en tren sólo pensaba que al día siguiente me iba a levantar pronto para mi rutina de las siete, decidido a preguntarle su secreto. Bajé raudo por Sant Nicolau, giré por Triadó y entré al local. Me recibió el típico vaho crujiente y espumoso que salía de los hornos. Alguien desde el fondo me gritó “Ya va”. Miré las canastas y ahí estaban las primeras del día. En ese momento se movieron las cortinas que separan los hornos con el local y salió una persona bajita, de pelo negro y liso, de ojos rasgados.
Levanté las cejas y permanecí en silencio. Estiré el cuello hacia los hornos, pero no vi que se asomara nadie más. En ese momento barrí de un vistazo el local. Permanecí un momento en silencio, esperando algo, no sé qué.
La panadera bajita se me quedó mirando.
–¿Sí?
Le pedí la viena, le pagué y me marché. En el camino le mordí la punta. Estaba crujiente, le salió el humito. Tenía el sabor de siempre.

    

3 comentarios:

Pablo Gonz dijo...

Es que las panaderas también tienen derecho a irse de vacaciones. O a morirse.
Un excelente micro, Franco. Como siempre tu prosa sólida, que da gusto habitar. Y la gracia con que tomas un tema cotidiano y lo elevas a la esfera de lo literario.
Abrazos fuertes,
PABLO GONZ

Carme Carles dijo...

Lástima, ayer estuve todo el dia andando por Barcelona, de haber leído el relato me hubiera acercado a comprar la barrita de pan de Viena.
A mi lo que más me gusta del pan de Viena es el olor, quizás es porque no me recuerda al pan, no es el olor del pan que creo debe tener el pan. Por esto es por lo que me gusta.
Salut i bon any 2011

AngLee dijo...

Qué rico...