jueves, 30 de julio de 2009

Mi amigo Keith



Hace un par de semanas acudí a un concierto de jazz, en el que actuaba mi admirado Keith Jarrett. Era la primera vez que iba a ver en directo a este dios del piano y que tantas noches de whisky me había acompañado mientras lo escuchaba adormecido en el frío de mi habitación. Acompañado de Jack de Johnette y Gary Peacock, el concierto navegó por las notas y el virtuosismo innato de estos tres enormes músicos. Pero los tipos, al ser conscientes de lo grandes que son, no le pusieron ni una pizca así de sentimiento. Nada de alma, nada de espíritu. Sólo cumplir horario y marcharse. Seguir el guión, cerrar la tapa del piano y de vuelta pa' casa. Algo defraudado por ver que lo que solía escuchar en mi CD era mejor de lo que estaba presenciando en vivo, me dije "al menos me quiero llevar un souvenir". Entonces saqué mi cámara y comencé a hacerles fotos a los músicos. Debido a a mi cercanía con el escenario (estaba en un sitio que me había costado, dolorosamente, 70 euros), el señor Jarrett llegó a levantar la cabeza del mar de teclas y pudo ver que le estaba tomando varias instantáneas. Automáticamente paró de tocar, se levantó de la butaca y, él y sus dos compañeros, se retiraron de la escena. Segundos después, una voz por megafonía advertía que si el público seguía tomando fotos (o sea, se referían solamente a mí), los músicos no volverían al escenario. De inmediato varios espectadores comenzaron a reprobarme y a insultarme (sí, el público de jazz también sabe insultar). Yo me quedé empequeñecido, no sabía cómo esconderme en mi butaca de 70 euros. Quince minutos después los músicos reaparecieron. El señor Jarrett, se sabe en el ambientillo, es un acérrimo defensor de su imagen personal, y salvo contadas ocasiones, se niega rotundamente a ser fotografiado. Con mala (malísima) gana, continuaron con su repertorio de standards. Su ánimo no volvería a recuperarse. Y si antes del incidente el concierto carecía de alma, lo que vino después fue realmente una cagada.

Salí del Auditorio de Barcelona totalmente decepcionado y avergonzado, con las manos en los bolsillos. Entonces me puse a pensar "¿Quién mierda te crees que eres, Keith Jarrett? Claaaro, porque tocas jazz, porque te llamas Keith, te apellidas Jarrett, naciste en Pennsylvania, eres blanquito y con cara de protestante y anglosajón, porque vienes de los eeuu y, por antonomasia, todo el mundo te ve de una manera un pelín superior al resto? ¿Quién mierda te crees que eres, puto Keith Jarrett? Si te llamaras Zhong Lee, o Anastasi Ngomo o Juan Carlos Giarretti; si tocaras el bongó, las maracas o el mhorin khun (una guitarra mongola de una sola cuerda); si hubieses nacido en Nairobi, en las afueras de Lima o en una isla de Madagascar; o si tuvieras un aspecto aindiado, pelos mota u ojos rasgados; si algunas de esas posibilidades sucedieran... ¿te crees que podrías tener la libertad de actuar como actuaste? Pero claro, te llamas Keith, te apellidas Jarrett y eres anglosajón. ¿Eso te da superioridad? Y que sepas que mi dignidad cuesta más de 70 euros."

Todo eso pensé desde que salí del concierto hasta que llegué a casa. Allí me esperaba mi whisky y el frío de la habitación. Llegué, me acosté en la cama, encendí mi cámara y miré las fotos, esta vez con una mezcla de alivio y venganza. Y para rematarla, fui a mis discos y puse a todo volumen unos tangos de Julio Sosa. Y me dormí.


(El incidente del concierto se detalla en el final de este artículo aparecido en El Periódico de Catalunya).

1 comentario:

Anónimo dijo...

ajajaja me muerooo jaja