jueves, 28 de enero de 2010

Efecto domingo por la tarde / 1





Cada domingo por la tarde, mientras duermo la siesta, un gigante asoma su enorme ojo por la ventana de mi habitación. Me agarra la cabeza con su índice y su pulgar y me saca hacia afuera, cual comensal al quitar la mosca de su sopa. Y yo despierto, pero el duermevela no me permite procesar mis sentimientos con la lógica de una persona despierta. La criatura me lleva suspendido en el aire durante unos metros de vértigo, hasta que me deja caer en un inmenso recipiente lleno de una extraña sustancia. Sustancia espesa, con apariencia de mermelada, o de grasa para coche. Caigo y me sumerjo durante minutos, o quizás horas. Me siento flotar, pero a la vez hundirme. Mi caída es insoportablemente lenta, veo esa sustancia que se me pega a las pupilas, en realidad abro los ojos pero no veo. Solo siento que caigo hasta esperar despertar en algún ligero y tranquilizante lunes por la mañana.

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