Phillipe aspiró del porro y apretó el botón Pause. La cinta VHS se congeló y unas rayas atravesaron la pantalla. Estuve a punto de protestar, pero sentí la mandíbula elástica. Phillipe se me adelantó con elocuencia:
–¿Nunca pensaste que en las películas, detrás de la escena principal, allí donde De Niro o Brad Pitt o Billy Cristal discuten sobre sus vidas en un bar lleno de gente y se esfuerzan en respetar el guión, allí detrás, donde conversan todos esos extras, se puede estar desarrollando otra película? Míralos, allí al fondo, esos dos tipos vestidos de negro que beben su café, desenfocados para que sólo resalten De Niro, Pitt o Cristal. Míralos, aparentemente interpretan sus papeles de extras, pero esos dos individuos pueden estar siendo filmados por otro director, puede que se hayan aprendido otro libreto y hablen de mecánica cuántica, y puede que De Niro, Pitt o Cristal sean los figurantes, los rellenos inservibles. Y así puede suceder en cualquier escena, hasta el infinito. Películas dentro de películas, vidas y muertes de progresiva multiplicación, como un laberinto de espejos. –Señaló hacia la ventana de la calle, subió el tono de voz–. ¿Qué tan importante es nuestra vida más que la de aquel viejo que camina ahí abajo, con su boina y su bastón? ¿Es aquel viejo un extra de mi película o yo de la suya?
Me pasó el porro y le dio al Play. Las rayas de la pantalla desaparecieron.