miércoles, 3 de marzo de 2010
Historias del Miniatura / 4
Antes de entrar simulé ser un transeúnte que pasaba de largo. Caminé lento a posta justo al pasar frente al escaparate. Giré la cabeza y allí la vi, María Inés ya estaba esperándome. Por suerte prestaba atención a las anotaciones de su libreta y no miraba hacia la calle. Eso me permitió volver sobre mis pasos para ensayar un segundo fisgoneo. De soslayo, cubriéndome levemente el rostro con el dorso de la mano, percibí que se rascaba el labio inferior con los dientes de arriba. Hice un pequeño rodeo y crucé a la acera de enfrente. Me oculté detrás de un árbol. Seguí con la mirada los círculos que dibujaba con la cucharilla dentro del pocillo vacío, en donde minutos antes seguramente habría habido descafeinado de sobre. María Inés levantó la vista de golpe hacia el árbol, me asusté, pensé que había escuchado mis pensamientos, puesto que estaba pensando demasiado fuerte. Esperé unos quince minutos en mi escondite, echando tímidas miradas cada cierto tiempo, comiéndome las uñas, suspirando. Hasta que por fin María Inés se levantó de su mesa, con evidente gesto de fastidio, y fue a pagar su descafeinado. En ese momento salí a escena. Crucé la calle, me encaminé a la entrada del Miniatura. Me la crucé justo cuando ella salía. Le di un pequeño empujón con el hombro.
–Perdón –le susurré.
–No, no es nada –respondió María Inés, y se marchó sin volver la mirada atrás.
Mañana le pregunto cómo se llama así dejo de llamarla María Inés.
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1 comentario:
Un buen enfoque de la timidez, me gusto bastante asi que no te extrañe si me siento inspirado (lease plagio -_-)
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