lunes, 1 de marzo de 2010
Historias del Miniatura / 3
Sí, ése es el Miniatura, ahí la conocí a Elizabeth. Yo había bajado a comprar tabaco. Me la encontré eligiendo alguna marca en la máquina. Se tocaba la perilla con dudas, por cierto un signo bastante masculino. Parecía fumadora nueva, o quizás la habían mandado a comprar y ella, como no fumadora, no tenía puta idea qué botón apretar. Me incliné por esta última posibilidad:
–¿Cuál de tus compañeras de piso es la que fuma?
Elizabeth lucía zapatillas Converse ensuciadas adrede, o no lavadas adrede desde semanas. Tenía una mochila pequeñita en la que sólo podían caber un móvil, las llaves de casa, el carnet de la universidad, un monederito. Vestía pantalones de tela, de varios colores, y muy holgados. De su melena brotaban algunas rastas a medio hacer. Así deduje que vivía en un piso de estudiantes, quizás ella y tres más, una de ellas alemana y quizás otra italiana, que era vegetariana, que hacía circo o teatro, que le gustaba yoga y tenía planes de viajar a la India. Elizabeth se giró y se quedó de piedra. Tardó unos segundos en responder.
–Giovanna– titubeó.
Le regalé media sonrisa, puse el euro que faltaba en la máquina y apreté el botón de Ducados.
–Imagino que Giovanna no debe querer gastar mucha pasta, de hecho te mandó a comprar de urgencia, un domingo a la tarde, porque se quedó sin tabaco de liar. ¿Es así?
Elizabeth se quedó muda.
–¿Cómo te llamas?– le pregunté.
–Elizabeth– me respondió Elizabeth.
–Me gusta. Suena bien. Mejor que el nombre de tu compi alemana– arriesgué.
Elizabeth no aguantó más la intriga.
–¿Quién eres?
Tarde bastante en responderle a esa pregunta. Más o menos unos cinco años, después de que se hartó de mí y me echó a patadas cuando le dije:
–Soy todo lo que temes. Eso es lo que soy.
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