lunes, 14 de diciembre de 2009

Miguel vs. William




Mateo entró con sigilo en aquella solemne biblioteca oxoniense. Le resultaba atractivo el sonido de ese gentilicio en su idioma materno, a pesar de que era una adaptación al español del inglés oxonian. A través de las ventanas de marco victoriano apreciaba la silueta del viento helado, que tallaba las ramas calvas del eterno otoño. Mateo pedía permiso a sus pies para hollar el crujiente suelo de madera, caminaba con excesiva lentitud para no alterar la quietud de esa sagrada casa de saber. Advirtió que le gustaba mucho más la musicalidad de la frase “suelo de madera” que la de wooden floor. Por fin, frente a los lustrados y negros estantes rebosantes de literatura, Mateo decidió poner en práctica ese hobby (o afición) que tanto disfrutaba: sobrevolar su dedo índice sobre los lomos de los libros, con los ojos cerrados, para que sea el libro el que lo elija a él, y no él quien elija al libro. Después de unos segundos de intriga, su dedo aterrizó sobre un viejo volumen, cuyo título era Pride from Oxford, de un tal McGuire. Antes de abrirlo, de entre sus muchas páginas cayó al suelo una hoja que estaba suelta. Pero era una hoja de cuaderno, y estaba escrita con lapicera. Mateo se agachó para recoger el papel. Al primer vistazo advirtió, con sorpresa, que estaba escrito en castellano. Intrigado, leyó para sus adentros:

“Si Sabina cantara en inglés sería más famoso y respetado que Bob Dylan.
Y Víctor Jara, más aplaudido que Cat Stevens.
Si Borges hubiera escrito Ficciones en la lengua de Shakespeare, habría sepultado a autores normalitos de la talla de Bellow, Becket o Updike.
Al Pacino quedaría así de pequeño si Darín hubiese nacido en Yorkshire.
Y López Vázquez sería mundialmente célebre, mucho más que horribles actores como Wayne o Bronson.
De haber cantado en la lengua de Shakespeare, El Tri habría borrado de un plumazo lo hecho por Supertramp.
Y Heroes del Silencio, destrozado la mediocridad de Echo and the Bunnymen y Gang of Four.
Pero claro, hay que saber usar el auxiliar do y utilizar phrasals cotidianamente para ser alguien en la vida sin demasiado esfuerzo.”

El escrito no tenía firma ni nombre. Mateo oteó a ambos lados, plegó el papel y se lo metió lentamente en el bolsillo de su overcoat. Dejó el libro en su sitio sin apenas haberlo hojeado y, con extremo sigilo, salió nuevamente a la calle. Se levantó la solapa del abrigo y, antes de regresar a pie a su pensión de estudiantes, lanzó una despectiva mirada a la fachada de la biblioteca y a la coqueta calle que la circundaba.

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