sábado, 17 de julio de 2010

Control Alt Delete / 7
Deshacer



El foco apuntó directamente al rostro de los invitados. Una luz roja se encendió. Se escuchó una cortina musical, unos aplausos y del micrófono del presentador salió un acople.
-Muchas gracias, muchas gracias. Tenemos ahora con nosotros a la señora Marian Woodsmith, directamente desde Timber Lake, Dakota del Sur. Buenos días, señora Woodsmith. Por favor, señora Woodsmith, tranquilícese. Tome, aquí tiene unos pañuelos. ¿Ya está bien?... Ok, entonces quisiera que nos comentara un poco sobre su caso. Caso que, tengo entendido, no ha sido el primero ni posiblemente tampoco sea el último.
Un murmullo proveniente de la tribuna actuó como puntos suspensivos.
–Gracias... Snif... Sí... Estas cosas de las nuevas generaciones... que no entiendo, ni entenderé.... He iniciado las demandas correspondientes, pero los abogados... no me dieron... demasiadas esperanzas... Perdón, no puedo... hablar, snif... snif...
Un individuo de corbata y peinado a la gomina con raya a la izquierda –sentado a su lado– hizo "ejem" y se arrellanó en la butaca. La cámara dos se encendió.

–No se preocupe, seré yo quien explique el caso a la teleaudiencia. –En la pantalla se sobreimprimió la inscripción "Dr. Stevens - Lawyer"–. Todo comenzó cuando Erik, el hijo de mi clienta que contaba diecisiete años cuando comenzó el caso en cuestión, le pidió que le comprara uno de esos nuevos aparatejos que van saliendo a la venta y que se renuevan cada seis meses para mantener el interés del mercado y no perder porcentaje de ventas. Mi clienta, como madre soltera, se desvivía en complacer a su primogénito en todo lo que él le pedía. Y todo lo que él le pedía siempre es se relacionaba con la tecnología, ya que era un joven fidelizado al extremo por las sutiles estrategias de marketing de la nefasta compañía relacionada con este suceso. Por eso comenzó comprádole productos como Google Flirt, un navegador con forma de reloj pulsera que indica dónde hay chicas disponibles y con ganas de tener un rollo –o un revolcón, si se me permite la expresión– en trescientos metros a la redonda... También le compró el Google Brain, un aparato buscador de recuerdos mentales, que se introduce con un simple pinchazo en la nuca. El mecanismo es el siguiente: el usuario teclea mentalmente lo que desea encontrar en su cerebro, y automáticamente el buscador se encarga de traducirlos en imágenes. En las semanas posteriores a la adquisición de este producto, mi clienta declaró que Erik no salía de su habitación, ya que aparentemente evocaba recuerdos eróticos que lo motivaban a manipular sus partes pudendas más tiempo de lo habitual.
La mujer al lado de Doctor Stevens reprimió un gemido. El presentador levantó el dedo.
–Pero el problema llegó con el siguiente producto adquirido a esa empresa, ¿verdad?
–Efectivamente, el verdadero drama, y el motivo por el que he sido contratado por la Sra. Woodsmith, surgió a raíz del producto lanzado al mercado con el nombre comercial de Google Undo. Google Undo fue anunciado –y seguramente todos vosotros lo recordaréis– como el revolucionario método para trasladar el comando CONTROL+Z de los ordenadores a la vida cotidiana. Lo que nadie sospechó en ese momento es que generara tanta adicción entre sus usuarios, se convirtiera en un fenómeno social y se ramificara en tantos conflictos interpersonales. Como en el caso del hijo de mi clienta.
La señora Woodsmith se sonó la nariz. Un ruido a moco espeso rodeó los micrófonos que pendían sobre su cabeza.
–El joven Erik empezó a utilizar el Google Undo para hacer esas cosas que su timidez y encierro en sí mismo no le permitía. Se atrevió a provocar a los abusones de su instituto, que lo molieron a golpes, le rompieron la nariz y le provocaron contusiones y costillas rotas. Pero Erik apretó a tiempo los dos botones del aparatejo y todo volvió las cosas a como estaban diez minutos antes. Así también se atrevió a ligar con las mujeres más guapas de su escuela. Quizás por la seguridad que le transmitía el Google Undo, Erik se encaramó a Sarah, la más rubia y de más atributos, o bien a Jeanette, la cheerleader más deseada. Como era de suponerse, estas adolescentes lo rechazaban una y otra vez de manera despreciativa, con insultos y amenazas. Pero Erik apretaba a tiempo los botones CONTROL y Z, su universo volvía a la lógica anterior a esa afrenta, y la herida abierta por tal frustración desaparecía. Éste solía ser el uso habitual que le daba Erik y el resto de usuarios al Google Undo. Pero el problema comenzó cuando el hijo de mi clienta descubrió una faceta diferente del producto. Una nefasta tarde de julio a Erik se le ocurrió apretar tres o cuatro veces sucesivas los botones correspondientes. Así descubrió que podía trasladarse al comienzo del día a pesar de que eran las cuatro de la tarde. Se sintió adormecido, se vio con el pijama puesto y los dientes aún sin lavar. Así advirtió que aquel momento de su vida no era todo lo feliz que él quisiera, y teniendo su aparatejo... ¿qué motivos había para no retroceder? Decidió apretar veinte o treinta veces en un día el CONTROL + Z. La ropa le empezó a quedar grande, desaprendió toda su educación, se sintió más feliz.  Por algún motivo que las investigaciones aún no han podido determinar, el ya pequeño Erik volvió a apretar veinte, cincuenta o doscientas veces los botones en cuestión. Una tarde mi clienta sintió un terrible dolor en las tripas, y a continuación una enorme hinchazón en el estómago que se fue deshinchando poco a poco hasta desaparecer.
La señora Woodsmith lloró desconsolada. Una secretaria le trajo un vaso de agua.
–Los especialistas aún no han podido descifrar las razones que lo han motivado a actuar de esa manera –continuó el letrado–. Pero gracias al accionar de mi bufete, estamos consiguiendo que al menos la empresa Google Inc. le reintegre a la Señora Woodsmith el importe del producto adquirido, suma que asciende a los quinientos cincuenta y cuatro dólares con veintiséis céntimos.
Una persona con auriculares movió los brazos detrás de cámara. El presentador lo advirtió y miró a la luz roja.
–La tecnología que nos domina. Un caso para pensar ¿no es cierto? Ahora vamos a la publicidad y después seguiremos con el último tema del día: "Tetas grandes, ¿tetas excitantes?" No se mueva de allí. Ya regresamos.
La cortina musical subió de volumen hasta tapar por completo el llanto de la Señora Woodsmith.

2 comentarios:

David dijo...

grande, muy grande francs! Me ha encantado.

Carme Carles dijo...

Terrible y a la vez no deja de tener su punto que puedas volver tanto para atrás. Una máquina del tiempo sin el inconveniente de viajar metido en vehículos extraños.
Buen texto.
Salut