miércoles, 10 de febrero de 2010
Historias de escritores / 5
No muchos conocen la pequeña pero intensa vida literaria que experimentó la ciudad de Dulce Nombre, en la provincia de Cártago, durante los años setenta, más precisamente desde 1976 hasta 1978. No son en absoluto de renombre para los grandes focos ilustrados bares como El Retablo o Si Vienes, centros culturales como La Odisea o Descartes, así como tampoco grupos literarios como Distopía o el Movimiento Sinusista, denominación del grupo que nos interesa para esta anécdota. De tal caterva surgió una decena de prolíficos creadores, de los cuales podríamos destacar los nombres de tres hijos dilectos: Agustín Sampietro, Albino Tánger y Demetrio Jarama. Éstos fueron, precisamente, los fundadores del sinusismo, movimiento literario que bebió de las raíces de Pastelnak, de Yourcenar o del mismísimo Stephanoff. El movimiento vio la luz tras encendidas tertulias, después de sesudas deliberaciones –no sin la ausencia de líquidos espirituosos– en la ya mítica mesa del hoy ya mítico Retablo. El nombre del grupo nació a causa de que en el día de la fundación, casualmente, los tres escritores padecían sinusitis. Una vez acordadas las motivaciones literarias de cada uno, esa fría víspera de Nochevieja redactaron un estatuto que titularon “El Manifiesto Verde”. En tales páginas (escritas en grasientas servilletas de bar), Sampietro, Tánger y Jarama sellaron sentencias del tipo “la escritura es un acto de escatología, en el sentido amplio de la palabra”, o bien “escribiremos no para los lectores, ni siquiera para nosotros mismos; nuestra escritura estará única y exclusivamente dirigida a aquel primer pez que se atrevió a saltar a la tierra, que murió ahogado de oxígeno, que vio otra realidad, pero que fue el primer visionario de la historia del mundo”; o también aquella famosa sentencia “nuestra escritura buscará la elevación, será tan elevada como el espíritu de las proteínas y de los betacarotenos”. El entusiasmo era tal que, al día siguiente, a pesar de que era 1 de enero, empezaron a pregonar su arte por las calles de Dulce Nombre. En el acto inaugural, celebrado en un centro social de la calle Donosio, Tánger recitó con fervor su célebre poema intitulado “Tórnulo a la pumela” una concatenación de frases endecasílabas con fragmentos de soneto. Por su parte, Sampietro organizó el happening “Gota de éter” en la plaza Aristia, consistente en escribir frases con su propia orina en el arenero infantil. En cambio, Demetrio Jarama prefirió celebrar el nacimiento del grupo de la única manera que creyó conveniente: quedarse escribiendo en su casa. Jarama respetó al dedillo las premisas establecidas el día anterior, y con el correr del tiempo gestó cuentos, relatos, poemas e ingentes obras de teatro. Permaneció meses encerrado en su domicilio. Sus compañeros, por su parte, siguieron recorriendo bares, centros sociales y plazas declamando su escueta prosa a los cuatro vientos. Primero subrayaban su nombre de pila y, en un segundo lugar, el nombre del grupo. Al año y medio de haberse creado el sinusismo, Sampietro y Tánger firmaron un suculento contrato con una importante editorial extranjera. Jarama desapareció abruptamente de la escena literaria local, y hoy se desconoce su paradero.
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