viernes, 5 de febrero de 2010
Historias de escritores / 1
La particular sonrisa de Diógenes Sanz nació una tarde de abril de 1999, cuando caminaba cabizbajo por la calle Asturias de Barcelona. Poco tiempo atrás había publicado su primer y único libro, titulado Tutaratutatu, una novela de amor de 734 páginas ambientada en la Nueva Orleáns de los años 20, y cuyo marco sonoro lo configuraban las trompetas de jazz, de ahí el nombre de la obra. Esa tarde, Sanz regresaba de la editorial para cobrar algún dinero del cinco por ciento que le correspondía por cada ejemplar vendido, pero nuevamente el editor le había dicho que no podía atenderlo en esos momentos. Desalentado, Sanz se dirigió al bar Terra a tomarse un anís. Pero antes de girar la esquina divisó a un joven sentado en un banco de la plaza Virreina, que leía un libro cuyo título era, precisamente, Tutaratutatu. Con enorme ilusión, Sanz se acercó al lector y profirió un tímido “ejem”, pero el chico, arrobado por la lectura, no se dio por aludido. El escritor no se anduvo con vueltas y sin más, necesitado de alguna pequeña alegría en ese día tan gris, le dijo: “Hola”. El joven levantó la vista con evidente fastidio y le respondió: “Hola”. Sanz sonrió, abrió los ojos bien grandes e insinuó un gesto circular con la cabeza. Algo enfadado, el joven le preguntó “¿Quién eres? ¿Qué quieres?”. Sin poder resistirse, Sanz lo ayudó: “Échale una mirada a la solapa del libro que estás leyendo”. Intrigado, el lector obedeció: comparó la foto impresa con la cara de aquel individuo que lo oteaba a unos metros e, instantáneamente, su expresión de indiferencia dio paso a una de rabia. Cerró su libro con violencia, se levantó y le gritó: “Así que habías sido tú el desgraciado” y sin miramientos golpeó con el lomo del voluminoso ejemplar la radiante sonrisa de Sanz. Para concluir, el joven le espetó: “¿Y ahora quién me devuelve a mí las tres mil pesetas que gasté por esta mierda? Que te metan tus putas trompetas por culo”. Ardiente de odio, el fastidiado lector se fue por la calle Torrijos dando largas zancadas. Sanz se quedó tirado en el suelo, aguantando con la mano izquierda la sangre que empezaba a manar a chorros. Aún hoy, años después de aquel suceso, Sanz todavía piensa que con la publicación de su siguiente novela podrá pagarse el implante del premolar arrancado.
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