En las puertas del palacio real de Abecedario la confusión era mayúscula. Bajo la lluvia, un grupo de úes acentuaron su furia, mientras que las eses y las haches sumaron esfuerzos para pedir silencio. Un signo de interrogación fue nombrado delegado para ir a preguntar a los guardias de la puerta (dos fornidos paréntesis) qué se estaba discutiendo intramuros. Ambos caracteres se miraron y hablaron entre ellos al oído; quizás ignoraban la razón de tanto alboroto. Unos puntos suspensivos hicieron acto de presencia para persuadir a la multitud a que se esperen, que tengan paciencia. Entre la masa de enfurecidas grafías, una F silbó en señal de desaprobación, una pequeña coma saltó para ver mejor y una resuelta A lanzó un agudo grito de enfado. Vestidos de cortesanos, por fin salieron los dos puntos para anunciar la inminente salida del rey. Tras varios minutos de espera, se asomó al balcón el monarca, la R, luciendo su corona de asteriscos y flanqueado por sus dos asistentes, dos emperifolladas comillas, una a cada costado. La R carraspeó y habló a la multitud:
–Estimado pueblo Vocablo. Desde hoy, el régimen dará un giro de 360º, con perdón de la expresión. Para fortalecer nuestra presencia sobre una tierra plagada de números e imágenes, dejaremos de ser simples letras sin estilo. Desde hoy, todas y cada una de nosotras pasaremos a ser negritas y cursivas. ¿Sois lo suficientemente valiente como para aceptar el reto?
Se hizo un silencio tan grande que pareció que todas las letras iban a desaparecer. Por fin, una robusta O instó a la masa:
–¡Nosotros lo somos!
A lo que dos signos de admiración añadieron:
–¡Viva nuestro Rey!
Las letras todas comenzaron a gritar con desenfreno a favor de su soberano. Un punto saltó de alegría arriba de su correspondiente coma, un par de diéresis chocaron sus pechos en señal de festejo y una Ç casi pierde el equilibrio. La T mayúscula tomó la posta y dirigió la muchedumbre hacia un derrotero que nadie conocía en realidad, pero que estaban dispuestas a seguir. Paulatinamente, las letras empezaron a inclinarse en dirección al destino que iban a buscar. Nadie pudo escapar a la orden del Rey, nadie. Todas las letras se hicieron cursivas, todas. Henchidas de orgullo, camino a su horizonte de victoria, inflaron el pecho, engordaron, oscurecieron su piel. Y desaparecieron tras el monte a grito pelado. El palacio real de Abecedario se vació por completo. El monte fue invadido por un oscuro silencio. En el balcón real aún permanecía la R, también inclinada hacia delante. Satisfecha por su decisión, intentó cruzar los brazos, pero le fue imposible debido al engrosamiento de su masa corporal. Contrariada y solitaria, dio media vuelta y se retiró a sus aposentos. En el balcón aún permanecían las comillas, con una visible expresión de angustia. Sospechaban que, desde ahora, ya no iba a tener tanto trabajo. En la puerta de entrada, los paréntesis se recogían y entraban lentamente al palacio. Allí, con una enorme llave, esperaba para cerrar las puertas reales, y para siempre, un gordo, torcido y pesado punto final.
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