El 24 de octubre de 2007 el periodista Gregorio Sambueza publicó un artículo en el suplemento de opinión de la revista cultural Palabras Mayúsculas cuyo título era –sin ningún tipo de eufemismos– “Steven Spielberg: eres una mierda”. A continuación, Decati Sonde Teibol ofrece unos extractos:
"Las normas sociales o ciertas reglas retóricas indican que, ante una crítica favorable, o bien ante una exposición de conceptos que apoya determinada ideología o persona, existe una licencia tácita que nos permite volcar todo tipo de elogios sin límite, florituras que exaltan hasta el extremo la ideología o persona apoyada. Por contrapartida, si el objetivo de esa crítica o exposición es el de censurar a esa ideología o persona, la norma dicta que se debe ser medido, que no hay que dejarse cegar por el fanatismo, que se requiere evitar el golpe bajo. Pero hoy, en este espacio, me voy a pasar por el forro este convencionalismo. Simplemente porque voy dedicarle mi tiempo y mi tinta a un personaje menor, que no se merece siquiera mi atención, por eso he titulado este artículo como lo he titulado. Pero ¿por qué tanta cólera hacia el famoso director de Cincinatti? Porque este personajillo apellidado Spielberg –que es más que una mierda, es una puta mierda–, ha sido y es la más obediente mano ejecutora de inoculación y manipulación ideológica en la sociedad de hoy, herramienta que colabora en la transformación de mente humana en mente sub-humana. Sionismo, marketing, capitalismo, ejército e industria armamentística son algunos de sus clientes. Por eso, aunque no sirva de mucho, hoy vengo a poner un poco de justicia.
Todo comenzó con Tiburón, la adaptación cinematográfica de la genial novela de Peter Benchley. Aún hoy el mundo alaba esta película por haber creado momentos de tensión nunca antes experimentados en la historia del cine. Sin embargo, podría decirse que Tiburón fue la primera película-marketing de la historia. Se gastó más dinero en dar a conocer la cinta que en rodarla. El merchandising invadió como nunca antes todo tipo de segmento de consumo: camisetas, vasos, discos, alimentación… Además, con este filme se inauguró la era del videocasete: no sólo te machacamos en el cine, ahora también nos metemos en tu casa. De esta manera, Spielberg sentó la piedra fundamental de esta megaindustria paralela a la cinematográfica y de la que hoy beben Disney, Columbia o Universal, con productos que consumen las voraces masas americanas y europeas, productos que –obviamente– se fabricaron con mano de obra semiesclava infantil de Indonesia, China o Birmania.
Otro ejemplo de instauración de una ideología, y que ha dado grandes resultados monetarios pero más que nada dogmáticos: la saga de Indiana Jones. El profesor Jones es la personificación del ideal americano: hombre estudioso, inteligente pero arrojado; guapo pero recio; fino pero adaptable a cualquier circunstancia. Tras su bobalicón carácter se esconde un temerario adalid capaz de poner una bala en medio de la frente de un enemigo. Enemigo que, por supuesto, siempre es negro, nazi o de rasgos árabes. Este experto en arqueología tiene la destreza de neutralizar ejércitos enteros sólo con un látigo; o bien, en su condición de justiciero blanco y bien alimentado, es esperado por todo un país latinoamericano para recuperar una reliquia antiquísima. Recuerdo la escena en que Jones irrumpe en cierto país de Medio Oriente, y con su estadounidense porte se enfrenta a la espada de un enemigo, quizás iraquí, quizás afgano. Todo el pueblo rodea a los contrincantes para presenciar el duelo. El iraquí o afgano demuestra su destreza con el arma blanca, haciéndola girar hábilmente por sus dedos. La gente admira con expectación las estocadas al aire de su coterráneo. Aburrido, el profesor Jones saca su pistola y le dispara en la cabeza. Finalmente se va con total desparpajo y con un gesto como diciendo “primitivos de mierda”... Y a por el tesoro.
Evidentemente, La lista de Schindler es un burdo y absurdo encargo de la cúpula sionista para reavivar aún más la industria del holocausto, industria que él (como irreductible hijo de David) alimenta y ha alimentado más que nadie, para que no olvidemos que el pueblo judío es la gran víctima de la historia humana. Y para que jamás de los jamases se nos escape por la cabeza que es el “pueblo elegido” capaz de guiarnos a todos. Esta película, como todas las que tocan el tema, segmenta la información de acuerdo a los intereses creados, televisando aún más la masacre más televisada de la historia. Se muestra y remuestra la lluvia de polvo de judíos cremados, se acentúa la sensación de zoológico brutal rodeado de alambre de pinchos, se enfoca una y otra vez la montaña de cadáveres, para que no lo olvidemos, para que la imagen y el recuerdo nos persiga hasta en sueños, o bien para seguir aunando y acallar cualquier tipo de oposición del propio pueblo. Y jamás se cuenta que el primer genocidio documentado de la historia fue cometido por los judíos a los caldeos al ocupar la tierra que según ellos les pertenecía. O que el Estado Judío fue creado detrás de un escritorio, luego de charlas y copas entre un general británico y un burgués millonario sionista. O que Ana Frank sólo escribió el 30% del libro que hoy todos conocemos... (¿a qué no sabéis quién escribió el 70 restante?). O que el holocausto fue, precisamente, el chivo expiatorio que necesitaba el poder sionista para sumar el apoyo popular, ya que el apoyo monetario lo tenía desde hacía mucho, mucho tiempo... Pero esto ya es otro tema.
En este sentido, a Spielberg se le ve demasiado la hilacha con la película Munich cuando muestra a los palestinos como personas con sus derechos, que viven y sufren, y así da a entender que él, como judío, tiene la capacidad de ver a sus enemigos como humanos. Pero al final pone en evidencia su tendenciosidad cuando muestra a estos terroristas como estúpidos infradotados fanáticos, que, como siempre ocurre, acaban aniquilados bajo el yugo de los poderosos e invencibles.
Saving Private Ryan es otro ejemplo de manipulación maquillada en formato de historia clásica (un tipo que busca a otro tipo), lo que en la teoría narrativa se conoce como la típica "trama melodramática de fortuna". Y para capturarnos de entrada, belleza visual: una primera escena descomunalmente sangrienta que nos engancha para el resto de la cinta. Pero lo que nadie cuenta de este filme basado en un hecho real es que la historia fue vilmente manipulada no en pos de la trama melodramática, sino para favorecer los intereses de los que venimos hablando. Sólo existió el encuentro entre Ryan y el comandante Miller, el resto fue pura ficción. En el medio, sazonadas escenas de alemanes derrotados y estadounidenses victoriosos. La película acaba, por supuesto, con la bandera americana ondeando a toda vela.
¿Más ejemplos? El color púrpura muestra a la comunidad negra americana como subnormal y esclava. Su premisa es: para ser feliz y correcto hay que adoptar los valores blancos y protestantes, bajar la cabeza y seguir siendo amoldado por el yugo blanco (o lo que en Estados Unidos se conoce como WASP: white, anglo-saxon, protestant). Y todo, sazonado con ese horrible clima reivindicativo de familia-catolicismo-justicia. Lo que desemboca (como no podía ser de otra manera) en ese edulcorado y vomitivo happy end americano, del que Spielberg es su más grande mentor.
No me canso de dar ejemplos. Más happy ends se ven en Minority Report, una supuesta denuncia a la manipulación a la que todos estaremos sometidos en el futuro, pero que, si hacemos una lectura correcta y subliminal, no hace más que prepararnos para que todos acabemos aceptando tener un chip de silicio bajo la piel.
La lista de bodrios de hipodérmica ideología podría continuar hasta el hartazgo: La guerra de los mundos (hacer una remake ya es de por sí un acto deleznable; hacer una remake tan mala multiplica la aberración); Jurassic Park (o cómo los efectos especiales maquillan la idea de su socio Crichton de lo que todos hoy conocemos como manipulación genética y a-ética); Close Encounters of the Thirds Kind (quizás la respuesta spielbergiana a Star Wars)... La única película rescatable de este lamentable director es la recordada Artificial Inteligence. Pero ni siquiera eso, ya que –fiel a su estilo– Spielberg le robó el proyecto al sí genial Kubrik antes de que éste muriera.
Pero claro, hoy decimos los nombres de todas estas películas, nombres tan famosos y que nos acompañaron durante las últimas décadas, que han sido el marco para nuestras vidas, nuestro crecimiento, anécdotas de infancia, quizás dimos nuestro primer beso mirando Jurassic Park o recordamos a E.T. como el paradigma de película de infancia, y eso mismo nos evita pensar el trabajo manipulador. El más peligroso de todos: el que nos hacen sin que siquiera lo sospechemos. Porque cuando el humo es rosa y lleno de mariposas, nos hace olvidar la necesidad de saber dónde está el incendio.
Por eso, desde este humilde espacio, y aunque me cueste el puesto de trabajo (y alguna cosa más), yo propongo asesinar a Steven Spielberg. Sé que no servirá de nada. Sé que quizás sea contraproducente, ya que después de su asesinato empezarán a aparecer montones de stevenspielbergcitos deseosos de emular sus hazañas. Quizás acabe siendo yo mismo el asesinado. Y todo por despertar conciencias de esta forma tan humilde: con un artículo en una revista. Cierta vez mi abuelo me lo había advertido: 'No te gustan las cosas que quieres: solamente te gusta lo que otros quieren que a ti te guste. No tienes libertad de hablar de lo que quieres: solamente hablas de lo que otros quieren que hables. No piensas lo que quieres: sólo piensas lo que otros quieren que pienses..." (...)
El artículo causó un revuelo periodístico de dimensiones insospechadas. Se dice que una versión traducida aterrizó en las propias manos de Spielberg. Sin embargo, Gregorio Sambueza no fue asesinado, mutilado ni desmembrado por ninguna organización secreta, ni por la CIA ni la Reserva Federal Americana. Ahora no se estila ese tipo de venganzas. La mejor venganza es no hacer nada. Dejar que los opositores difundan sus ideas y que las pruebas se vean evidentes, y que de tan evidentes se tornen increíbles. Además, si hubiese sido asesinado, hoy tendríamos varias calles, plazas o aeropuertos con el nombre de Sambueza.
2 comentarios:
Pues desde aquí se agradece a Gregorio Sambueza, a la maniere de Ariel Dorfmann con el Pato Donald, que recuerde de qué está hecho el cine actual.
Ver las cosas desde otro punto es siempre interesante, las compartas o no. Lo mejor es que se digan sin miedo a que lo politicamente correcto te engulla.
Spielberg del que solo rescataría "El diablo sobre ruedas", quiso cambiar el cine pero no tiene lo que los grandes tuvieron, ideas que cambien ideas, solo es capaz de repetir ideas ya pensadas y multiplicarlas para que así se piense que son suyas o lo que es peor que son las mejores.
Salut
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